jueves, 1 de septiembre de 2005

Simplemente mi vida: "CAP. XI. MIS PRIMERAS VACACIONES"


1951

 
Íbamos enfrentándonos a las dificultades de la vida soportando grandes carencias, ayudándonos mutuamente. Frecuentábamos un club de los españoles (la casa de España). Allí se encontraba la dirección del Partido, que no nos perdía de vista y con los que manteníamos contacto, pues era lo único que nos relacionaba con la situación en España.
Un día de verano, debió ser en 1950-51, Ángel y yo decidimos hacer un viaje a Eupatoria (Crimea), con nuestro Pachito, a visitar a mi mamá Estefanía y Cerezo, sobre todo para que se conocieran. Fue nuestro primer viaje de vacaciones juntos.
Allí, por primera vez, descubrí las dos aficiones de Ángel que le han durado toda la vida: el mar y las sardinas fritas. Eupatoria está a orillas del Mar Negro y tiene una playa hermosa; el clima también es cálido y parecido al nuestro de España.
Mi madre era la encargada de la Residencia de ancianos españoles (casi todos nuestros ex-maestros). Ella ocupaba una habitación con Cerezo y allí mismo acomodó a Pachito. Luego había una estancia para hombres y otra para mujeres, así que Ángel y yo nos tuvimos que separar temporalmente para pasar las noches con nuestros respectivos compañeros. A Ángel no le gustó nada la idea; pero le encantó la playa, el sol, el sitio como lugar de veraneo… y descubrió que había sardinas como las españolas. Comíamos en la residencia, pero la cena nos la traía a la playa Estefanía. Extendía el mantel y sacaba la fuente de pescadito frito calentito y crujiente. Yo creo que todas las noches cenábamos lo mismo.

Barracón de "La 45" donde vivían españoles


Yo, para ir, me había hecho un vestido nuevo blanco con pequeños lunares de distintos colores, mis nuevas sandalias… me veía tan guapa y tan feliz, que, para rematar mi modelito, allí me compré una pamela de lienzo blanco, que se llevaban mucho entre los veraneantes.
Pachito tendría dos años y medio y era la primera vez que yo disfrutaba de verdad de mi vida de casada, aunque durmiéramos separados. No fue por mucho tiempo, la verdad. Ángel descubrió que en el jardín de la casa, debajo de una enorme morera, había una mesa de madera grande, con dos bancos a todo su largo, donde los paisanos se sentaban a echar  la partida y se resguardaban, a la sombra, durante las horas de calor. Pues Ángel, que en la habitación no podía dormir, decía, por la temperatura y los pedos que se tiraban los viejos, se sacaba por la noche su colchón fuera, lo colocaba encima de la mesa y así la felicidad era completa, más, claro, cuando me retenía a mi con él hasta altas horas de la madrugada mirando la luna y comiendo alguna mora madura que nos caía del árbol protector y cómplice.
Guardo también un buen recuerdo de Estefanía y Cerezo en aquellos días agradables.
Volvimos a Moscú a nuestra vida cotidiana, yo al instituto, Ángel a la fábrica y Pachito a su guardería.
Parecía que todo iba a seguir sin grandes cambios, salvo los inevitables del paso del verano al crudo invierno.
A los niños los teníamos que levantar a las seis de la mañana, abrigarlos bien, envolverlos en una manta, atarlos sentados en el trineo y tirar por ellos de una cuerda hasta llegar a la guardería donde les hacían un pequeño reconocimiento, les medían la temperatura y nos los recogían. A continuación, en plena hora punta, corríamos a nuestros respectivos trabajos en tranvía, en metro, como podíamos para no llegar ni un minuto tarde por la severidad y  las consecuencias.
Terminé bien mi primer curso y empecé ilusionada el segundo, 1951-1952. Y ahí surgió la novedad que no esperábamos, pero… que tampoco nos sorprendió irremediablemente. ¿Y si es niña? No estábamos muy boyantes económicamente, pero ya habíamos estado peor. Ángel trabajaba de jefe de taller, echaba muchas horas extraordinarias y no ganaba poco. Éramos jóvenes, fuertes y con ilusiones de toda una vida por delante, que preveíamos mejor en el futuro.
Debo decir que en aquel entonces en la URSS estaba legalizado el aborto entre la 3ª y 7ª semana de embarazo; tuvieron que legalizarlo obligados por la circunstancia de que miles de mujeres morían al realizarlo en condiciones particulares antihigiénicas, sin ninguna garantía sanitaria, desangradas o atacadas por la infección. Ingresabas, en un día te lo practicaban y al día siguiente, a trabajar.



Con Estefanía y Cerezo en Eupatoria


 
 

Pero yo no me lo pensé siquiera: tendríamos otro bebé. Y de verdad que me hacía muchísima ilusión una niña. Ya no tuvimos problema de la ropita, yo iba comprando y preparando, con la ayuda y colaboración de Amor, Sima, Teodora, Carmen… (ya no de Paulita). Ahora ya teníamos cuna, lo que no encontró Pachito al nacer.
En clase no me encontraba muy mal, pero recuerdo que pasé mucho sueño, sólo quería dormir. Estaría agotada. Pero mis estudios no podían fallar, me propuse firmemente seguir, seguir…
Echando cuentas me tocaba para mayo o primeros de junio. Y en junio eran los exámenes. ¿Dejarlos para septiembre? Procuraría que me quedaran los menos. En mayo hablé con los profesores de las asignaturas de las que me debía examinar y, como no tenía que exponerles las causas porque a la vista estaban, les pedí el anticipo de los controles. Con el permiso de la directora y del rector y previo acuerdo de día y hora, me fueron citando para, como caso exclusivo, examinarme a solas en sus despachos. Y así, uno a uno, aunque parezca increíble, fui aprobándolos. Puede ser que en tales circunstancias y más bien por compasión, sobre todo por parte de las mujeres, levantaran un poco la mano; pero también debo romper una lanza en mi favor y decir que estudié incansablemente, que pasé muchas horas sin dormir y que cada vez que salía con un “aprobado”  me llenaba de satisfacción.

 

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