1944.
No recuerdo lo que duró el
viaje, pues las comunicaciones no estaban normalizadas y todo el transporte era
preferente en dirección oeste, hacia el frente; aunque se alejara cada día más
de nosotros, la guerra seguía por Europa.
Sólo me acuerdo que Ángel
estuvo enfermo durante la travesía, tenía mucha fiebre y yo me preocupaba por llevarle tazas de té
caliente.
Llegamos sin
complicaciones, pero algunas nos surgirían más adelante.
Primera y principal:
seguía el hambre.
En Moscú también se pasaba
hambre y la tendríamos para rato. Menos mal que, como por ser niños españoles
generalmente gozábamos de algún privilegio, alguien con alma caritativa dio la
orden de que nos asignaran la cartilla de racionamiento de 700 gr. de pan,
cuando casi todo le mundo recibía 500. Ese pan negro, húmedo, por lo que pesaba
mucho, malo, fue lo que nos salvó la vida. Diariamente esperábamos que abriese
la panadería, nos abastecíamos de nuestra ración al peso, por la calle nos lo
comíamos y entrábamos en clase por la mañana esperando en el pensamiento que
amaneciese el día siguiente cuanto antes.
Otra complicación fue que
al llegar a Moscú nos enteramos que el Técnico de Motores de Aviación, centro
de estudios, no tenía residencia para estudiantes, cosa que a nosotros nos era
imprescindible. Después de varias gestiones, la única salida aceptable fue que cambiásemos
de especialidad, que prosiguiéramos nuestra carrera en el Técnico de
Transportes Ferroviarios.
Nieves Cuesta |
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