domingo, 30 de diciembre de 2018

Entrevista a Emilia Fdez. Cueli

 

Nota

Emilia Fdez. Cueli, "niña de la guerra", fue una buena amiga de Nieves Cuesta. 

Seguramente a ésta le hubiera hecho ilusión, de haber sido posible, haber leído sus respuestas,  recordar sus vivencias comunes y reflexionar sobre esos capítulos de sus vidas. En honor a ambas, ahí va la reproducción de esa entrevista publicada en La Nueva España en diciembre pasado.

 

 




Saúl FERNÁNDEZ

Domingo, 30 de diciembre de 2018

Una vida modelada por la guerra
Emilia Fernández Cueli huyó de Gijón a los 12 años, sufrió el cerco de Leningrado con 16 y se estableció en Avilés hace seis décadas


Emilia Fernández Cueli es una Niña de la Guerra de 93 lucidísimos años. Vive desde hace tres décadas en el barrio del Carbayedo, “pero cuando volvimos a España nos tocó ir a Garajes”. Fernández Cueli se refiere a la aventura que protagonizó ella misma y también su marido José María Pais Sánchez, “que murió hace un par de años”. Los dos tuvieron a Conchita, que nació en Moscú. Se habían casado en la Unión Soviética, que es un país que sólo existe en los libros de texto o en la melancolía del siglo que se ha ido. Sin embargo, Fernández Cueli habla de Rusia con absoluta naturalidad y destreza: de la vida que le llevó allí y de que de allí se trajo la familia, un título de Perito Textil y, ante todo, una colección de historias tan grande como su vida entera.
Con una gran sonrisa, cuenta que nació en Gijón, en Pumarín. “Justo enfrente de donde está El Corte Inglés, era donde vivíamos”. Era el año 1925, el de “El gran Gatsby” o “El acorazado Potemkin”.
“Embarcamos para Rusia en setiembre de 1937, subraya. Unas semanas antes de que cayera Asturias del lado nacional y se finiquitara la Guerra Civil en el Principado. Ella y cuatro hermanos más subieron en el vapor “Dairiguerme”, que salió como pudo de El Musel, en Gijón, cargado con niños en dirección a Rusia, “una expedición de niños de toda Asturias”, recalca. Así que Luisa, Emilia, Oliva, José y Josefina Fernández Cueli dejaron a su familia para salvarse de las bombas y de la posguerra.
Lo hicieron a bordo de un carguero y en mitad de la noche, recalca Fernández Cueli. Y esto fue así “porque los franquistas estaban muy pendientes”. Entonces, a dos pasos, entrando en Villaviciosa, a pocas horas de tomar Gijón.
“Mientras estábamos saliendo, nos bombardearon”. Así recuerda Fernández Cueli el comienzo de su aventura en un país tan lejano como la Unión Soviética. “La maestra, que era comunista y se llamaba Nieves, me dijo: “Milia, tú tenías que ir para Rusia”. Y yo le pregunté que qué era eso. Entonces me explicó que estaban recogiendo niños en los orfanatos para luego embarcarlos. Empezaron con los hijos de los mineros que mataron en la Revolución del 34. Ellos fueron los que estaban los primeros. “En Rusia vas a estar muy bien, a ti que te gusta bailar”, insistió ella. Y fui para casa y se lo dije a mi madre, pero ella dijo que ni hablar. “Que sí, mami, déjame marchar”. “Vale, con una condición: si quieres marchar, llevas a tus hermanos”. Eran más pequeños que yo, pero después se apuntó una mayor que viajó para ayudar. Maestra no, porque no tenía carrera, pero era auxiliar”, relata Fernández Cueli al periodista. “Ella fue, después, educadora en una casa de niños, en la que estuvimos nosotros”, recalca.
“Mi padre trabajaba en la Fábrica de Moreda y mi madre, en casa, como todas las mujeres”, apunta Fernández Cueli. La Sociedad de las Minas y Fábrica de Moreda y Gijón tuvo en el primer tercio del siglo pasado una siderúrgica principal que es el antecedente de empresas posteriores como Uninsa o Ensidesa. “Mi padre trabajaba en laminación. Iba yo a llevarle la comida desde Pumarín con la maletina. Eran lo menos dos kilómetros o más”, recuerda Fernández Cueli. “Vivíamos de eso: del sueldo de mi padre”.
Casi todos los niños que salieron con Fernández Cueli en el último viaje en dirección a Rusia “eran de la cuenca minera; algunos, de Santander, que habían venido huyendo de los nacionales. Y poco más”. Lo que estaba previsto era que la última expedición saliera “hacia el día 10 de septiembre”, pero no pudo ser. “No teníamos barco”.
En la noche del 23 al 24 de septiembre de 1937 Emilia Fernández Cueli y sus hermanos dejaron España por veinte años.
Cuando regresó, Stalin había pasado a mejor vida, Hitler se había suicidado en el búnquer de Berlín y había comenzado un choque de imperios bajo una sombra atómica, un mundo que sobrevive en la memoria Fernández Cueli y que transforma en palabras con la sabiduría de una experiencia subrayada y un deseo de no perder el tiempo que ha vivido.
Con el “Dairiguerme”, Emilia Fernández Cueli y sus hermanos llegaron “a un puerto de Francia”. Allí les estaba esperando un crucero soviético. “Hasta Francia hicimos un viaje fatal. Tardamos mucho, no sé cuánto. Tras coger el crucero, fuimos a Inglaterra, donde había otro barco esperándonos. Llegamos a Leningrado muy bien”, cuenta.
Eso fue el 5 de octubre, casi dos semanas después de haber partido de Gijón. “El mar era muy bravo”, dice. “Íbamos casi mareados todo el tiempo, pero igual que cuando regresamos”.

 


 

Recibimiento
“¿Quién nos recibe? Lenin-
grado entero. Una emoción, unos aplausos, los Niños de la Guerra... fue de maravilla.
Lo primero que hicieron fue llevarnos a las duchas, ponernos guapos, con ropa nueva, tiraron todo lo que traíamos viejo y, antes de repartirnos por las casas de niños, los orfanatos, nos llevaron a un hotel. De los mejores de Leningrado” cuenta la mujer. En la actual San Petersburgo había tres casas de niños, dos de ellas para los que eran “un poco mayorinos”. En Pushkin, cerca de la gran ciudad, estaba la casa de los niños más pequeños. “Eso, que nos separasen a los hermanos, fue lo único que yo vi mal de todo lo que hicieron con nosotros”, recalca. “Nos llevaban a ver a la pequeña, a Josefina, pero ya no era igual que estar juntos”, se lamenta. “Nos catalogaron por los años, no por lo que sabíamos”, cuenta. “Todos sabíamos lo mismo: no llegábamos a dividir, me parece”.

El cerco
“Estuvimos ahí hasta que nos echaron los alemanes”, determina. Se refiere al cerco de Leningrado: los nazis sitiaron la ciudad desde septiembre de 1941 hasta enero de 1944. Emilia Fernández Cueli fue una de las víctimas de uno de los episodios más terribles de la Segunda Guerra Mundial y de la reciente historia de Occidente.
“Hasta que no llegó la guerra estuvimos muy bien: éramos los niños mimados, teníamos de todo, íbamos a la ópera...”

—¿Ah, sí?
—Todos los domingos. A la ópera o al teatro y, por el invierno, a patinar a un parque cercano. Por el verano íbamos a un sitio que había río. Estábamos como señores. Si no te gustaban aquellos zapatos decías que te mancaban y te daban otros. Los sombreros... Ni los nietos de Franco vivían como nosotros.
“Empezó la Guerra el 22 de junio y salimos en marzo de la ciudad”, cuenta.
Fernández Cueli se refiere a la Operación Barbarroja, es decir, a la invasión de la Unión Soviética por parte de los nazis. “Veíamos cómo moría la gente, lo veíamos por la calle: trineos cargados de muertos para llevarlos al cementerio. Fue horrible. Nos daban 100 gramos de pan y dos sopas: una por la tarde y otra por la noche. Sopa que sabe Dios de qué era. Y nada más”, apunta.
La evacuación de Leningrado fue otra aventura. “Estaba allí la División Azul, en el cerco. Otra vez, unos contra otros”, se lamenta. “Salimos por el lago Ladoga el 13 de marzo de 1942. Nos sacaron en camiones. Hicieron una carretera sobre el hielo.
Ibamos con cuidado, porque ellos seguían bombardeando, formando muchas pozas. Había que escapar por la noche. Por ahí entraba lo poco que entraba de comer. La evacuación comenzó cuando comenzó a congelarse el lago”.
Fernández Cueli explica que en el Leningrado cercado continuaron estudiando al principio. “Pero luego ya no: como nos bombardeaban tanto... Además, fue un invierno fatal: hizo 40 grados bajo cero. No teníamos leña, no teníamos nada”, se lamenta.

Huida al Cáucaso
“Nos sacaron en camiones y nos metieron en un tren y pasamos toda Rusia, para el sur. Llegamos a Krasnosdar. Nos tenían preparada una escuela. Ibamos al koljós (granja pública) a trabajar. Llegamos el 30 de abril de 1942. Al día siguiente fuimos a trabajar: recogíamos girasoles, sacábamos patatas. A última hora, lo quemaron todo porque ya llegaban los alemanes. Nos salvaron de ellos, porque los rusos tiraron el puente. Con lo que teníamos, con lo que nos había dado el koljós, pusimos camino al sur, a Georgia, al mar Negro. Allí empecé a trabajar en una fábrica de seda”.
Los hermanos Fernández Cueli se desperdigaron al comienzo de la invasión nazi de la Unión Soviética. “Estábamos veraneando en un pueblo que antes era de Finlandia. Nos llevaron para casa otra vez. Y a los pequeños los evacuaron para Asia. Y allí estuvieron hasta el final de la guerra”. La vida de Fernández Cueli tras la guerra se desarrolló en Moscú. Estudió peritaje textil, se casó con José María Pais, que fue perito metalúrgico en la fábrica más importante de Rusia, “que era un poco secreta”. Habían estudiado en la misma casa de niños. “Sentábamonos juntos en el cole”. Era también de Gijón, “de Cimadevilla”. La boda la celebraron en la capital rusa en 1950, cuando ambos tenían 25 años. Conchita, la hija de ambos, nació en 1951. También en Moscú.
“Mi marido estaba enfermo: era tuberculoso. Tuvo la suerte de que una vez le ingresaron en el hospital de la fábrica. Allí había una doctora encantadora que le cogió tanto cariño que le llamaba Josinka, Joselito en ruso. Le sacó de allí y le llevó al instituto tuberculoso mejor de Moscú. Le operaron y estuvo un año de recuperación.
Le salvaron. Estuvimos juntos hasta hace dos años. Después de aquello nunca estuvo enfermo. Los médicos de Ensidesa hicieron reunión para saber cómo lo habían hecho. Aquella doctora se llamaba Tatiana Nicolaieva Jruschova”.
Muerto Stalin, la familia de Fernández Cueli pudo regresar a España. “Los de allá no nos dejaban salir. Los de acá pensaban que éramos una columna de comunistas. Así se hace la historia, por eso somos especiales los Niños de la Guerra”, cuenta.
Finalmente, en 1956 se establecieron en Gijón, en casa de la madre de Emilia, y, después, en Garajes. “Mi marido pudo entrar en Ensidesa, en las oficinas, gracias a un primo suyo, a Julio. Nos ayudó muchísimo. Y yo me quedé en casa, como todas las mujeres”, resume. “Lo peor fue la guerra. Y la enfermedad de mi marido, que estuvo al borde... Fue un buen tiempo. No volví, pero no merece la pena, me han dicho que ha cambiado mucho”, concluye la Niña de la Guerra con una gran sonrisa.
 

 

sábado, 29 de septiembre de 2018

"Dos patrias llevo conmigo. Niños de la guerra en la Unión Soviética, 1937-2017"



Tatiana y Luis tenían desde hace tiempo interés en organizar una exposición de varios de sus paneles en el entorno de Avilés, en la consideración de que buena parte de los Niños de la Guerra o bien salieron de esta Villa en dirección a Rusia como exiliados republicanos, o bien, en su caso, recalaron aquí en el retorno.
A continuación una sinopsis de la muestra.


Alguna reseña del evento:








El Museo de la Historia Urbana de Avilés acogerá a partir de mañana la exposición "Dos patrias llevo conmigo. Niños de la guerra en la Unión Soviética, 1937-2017", que recoge la vida de las más de 5.000 niños españoles, muchos de ellos asturianos, que fueron evacuados a la antigua Unión Soviética durante la guerra civil.

La muestra también tiene un recuerdo especial a los evacuados vinculados directamente con Avilés.

La muestra, que se podrá ver hasta el 4 de noviembre, recoge la historia de los conocidos como "niños de la guerra", aquellos pequeños evacuados durante la guerra civil a fin de evitarles los horrores del conflicto.

De los 33.000 que salieron de España, más de 5.000 fueron acogidos en la Unión Soviética.

La muestra, producida por el Museo del Pueblo de Asturias, recoge uno de los episodios más duros de la guerra civil.

Miles de niños de la zona republicana fueron evacuados a países europeos y americanos, más de 5.000, muchos de ellos asturianos, zarparon desde el puerto de Gijón, y fueron acogidos en la entonces Unión Soviética.

Allí, muy poco tiempo después de su llegada se vieron inmersos en un nuevo conflicto, la segunda guerra mundial, en la que algunos lucharon y perecieron.

La muestra recoge cientos de fotografías, buena parte recopiladas de archivos familiares, así como del fondo documental del Museo del Pueblo de Asturias, además del documental "Aquella noche (23 de septiembre de 1937)", sobre la vida en los antiguos territorios de la URSS.


Y algunas fotos





miércoles, 20 de junio de 2018

Su Aquarius, nuestro Stanbrook




Javier Macho escribió un artículo en El Mundo que reproducimos aquí, a continuación. Establece una correlación entre los migrantes que accederán a Valencia, desde el Aquarius, con la emigración producida desde el puerto de Alicante en un barco carguero  de nombre Stanbrook y cuyo capitán: Archibald Dickson, tuvo la honradez, gallardía y valentía de despreciar su carga de comestibles en favor del traslado y socorro de personas perseguidas por los insurgentes del bando nacional, y cuya vida hubiera corrido un grave peligro de no haber sido embarcados oportunamente.








 

 

UN ENFOQUE PLURAL

 

Su Aquarius, nuestro Stanbrook


Javier Macho       20 junio 2018





El Stanbrook en el puerto de Alicante. EL MUNDO


SI UNO TIENE curiosidad los archivos de la Fundación Pablo Iglesias son una ambiciosa ventana abierta a nuestro pasado; al pasado reciente de toda España y muy particularmente al pasado de nuestra ciudad porque en ellos se puede, por ejemplo, acceder al listado completo de los viajeros y viajeras del Stanbrook.
Rafael tenía solo nueve meses, las hermanas Hermandad y Jubilosa dos y once años, Progreso tenía solo siete, Antonio y Conchita, también hermanos, tenían dos y cinco, y todos ellos junto con otros muchos niños y niñas y junto a mecánicos, agricultores, institutrices, ebanistas, periodistas, contables, ceramistas o estudiantes hasta un número de 1.835 personas formaron el pasaje de un buque que ya forma parte de nuestra historia y que colocó a Archibald Dickson, su capitán, en el listado de personas que aquí siempre recordaremos con todo el cariño.
El mismo capitán Dickson relató en una carta dirigida al editor del Sunday Dispatch de Londres de qué huían aquellas personas con estas palabras: «Cuando apenas habíamos salido del puerto el rumor del bombardeo probó ser verdad y a los 10 minutos de abandonar el puerto se inició un terrorífico bombardeo de la ciudad y del puerto y el flash de las explosiones se podía apreciar visiblemente y la conmoción de los proyectiles explotando se podía casi sentir».
Puede parecer que ochenta años es mucho en la vida de una persona, pero no lo debe ser tanto en la de una ciudad o en la de un país, por lo menos no lo suficiente como para que como sociedad podamos ser capaces de olvidar lo que una vez aquí sufrimos y volvamos la espalda a quienes ahora, ochenta años después han dependido de un barco sobrecargado y de la buena voluntad y el trabajo de personas que no conocen para salvar su vida y la de sus hijos.
Su Aquarius es un nuevo Stanbrook, uno de tantos, un barco que representa también la medida de nuestra capacidad como ciudad, como Comunidad y como país de comprometernos con nuestra memoria reciente y de ser dignos de personas como el Capitán Dickson, porque los niños y niñas que llegarán a nuestra ciudad son, en esencia los mismos que se fueron en nuestro Stanbrook. No lo olvidemos.





sábado, 16 de junio de 2018

El ‘Aquarius’ republicano del 39

El jueves, 14 de junio de 2018, el diario El País publicaba en su pág. 29, un artículo de Tereixa Constenla que reproducimos.



EL PAÍS     CULTURA

El ‘Aquarius’ republicano del 39

Supervivientes de la travesía del ‘Stanbrook’, que evacuó a casi 3.000 refugiados españoles a Orán tras la guerra, reviven su historia al hilo del actual drama migratorio

 

Helia González Beltrán ve las noticias sobre el Aquarius y naufraga. Regresa a los días de marzo de 1939 cuando, con cuatro años, viajó sentada sobre un baúl desde Alicante hasta Orán a bordo del Stanbrook con cerca de 3.000 republicanos españoles que habían perdido la guerra. “El drama del Aquarius me ha removido todo, son muchas cosas que coinciden. Es importante que la gente sepa que son personas llenas de necesidades de todo tipo”, sostiene durante una entrevista por teléfono desde su casa de Elche, no demasiado lejos del puerto mediterráneo donde desembarcarán los refugiados que nadie ha querido en Malta e Italia.





Republicanos españoles, hacinados en abril de 1939 en la cubierta del mercante 'Stanbrook' en el puerto de Orán, donde permanecieron retenidos 40 días.



El Stanbrook cambió naranjas, tabaco y azafrán por derrotados el martes 28 de marzo de 1939, después de que su capitán, Archibald Dickson, zanjase su dilema entre obedecer a los armadores o a su conciencia. “Entre los refugiados había toda clase de gente, algunos aparentaban ser extremadamente pobres y parecían consumidos por el hambre y mal vestidos, vistiendo una variedad de atuendos que iban desde monos a viejas y desgastadas piezas de uniformes e incluso mantas y otros peculiares trozos de tela. Había también algunas personas, mujeres y hombres, con una buena apariencia y que asumí eran mujeres y parientes de funcionarios”, contaría días después el capitán en una carta dirigida al editor del londinense Sunday Dispatch.

Alicia y Helia González Beltrán, pasajeras del 'Stanbrook'. efe

Entre ellos subieron a bordo las niñas Alicia y Helia González junto a sus padres. “El capitán recibía a cada uno de los que subían al barco. A mí me cogió en brazos y me besó en las mejillas. Más tarde sabría por qué: tenía a una hija de mi edad. El barco iba repleto, no cabía más gente. Algunos llevaban baúles y cajas de herramientas, pero nosotros subimos sin nada”, revive Helia González.

El acceso, controlado inicialmente por funcionarios de aduanas, se convirtió en un caos cuando los propios agentes decidieron sumarse al resto de refugiados “tirando sus armas y equipo para unirse a la estampida por subir a bordo”, según el capitán, que jamás había asistido a una emergencia semejante en sus 33 años en el mar. “Cuando todos los refugiados se hallaron a bordo, era prácticamente imposible dar una descripción adecuada de la escena que mi buque presentaba, y la semejanza más cercana que puedo dar es decir que parecía unos de esos vapores vacacionales del río Támesis en un día festivo, solo que muchas veces peor”, describió Dickson en abril de 1939. “Los pasajeros abarrotaban la cubierta y las bodegas, y la línea de flotación se hallaba muy por debajo de la superficie”, cuenta el historiador Paul Preston en su libro El final de la guerra (Debate).

Aquel barco, acondicionado solo para alojar a 24 tripulantes, zarpa con “cerca de 3.000 personas, entre las que van el teniente Amado Granell, uno de los que liberaría París en 1944 al frente de la Nueve”, explica Rafael Arnal, fundador de la asociación Operación Stanbrook, que ha rescatado la historia de las 20 horas de travesía en libros y documentales.

Refugiados españoles desembarcan en Orán en 1939.

El capitán y algunos oficiales cedieron sus camarotes a los débiles. Había exiliados apiñados en la cubierta, alrededor de la chimenea, en las bodegas, en el salón. Helia y su familia pasaron la noche del 29 de marzo en un pasillo. Sin apenas moverse. “Al día siguiente temprano llegamos a Orán. Estuvimos un par de días en el barco hasta que dejaron bajar a las madres, a los niños, a los mayores y a los enfermos. En el Stanbrook quedaron casi todos, incluido mi padre”, relata.

Las autoridades francesas se niegan a aceptar aquel pasaje de desesperados tan ideologizados como para necesitar huir de España. “Trataron por todos los medios de impedir el desembarco de los llegados alegando no disponer de ninguna infraestructura adecuada para instalarlos. En realidad lo que temían era la presencia de rojos que pudieran alterar el orden público”, expone Ricard Camil Torres, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia y comisario de la exposición Stanbrook, 1939. El exilio republicano hacia el norte de África, celebrada en 2014.

  Refugiados españoles, a bordo del 'Stanbrook' en 1939.


  40 días a bordo

Durante 40 días, los exiliados permanecieron a bordo en condiciones extremas. “Las autoridades francesas no facilitaron alimentos ni agua potable. Las necesidades fisiológicas se debían realizar a la vista de todo el mundo. Los pasajeros se debieron contentar con aquello que les era suministrado por miembros de la colonia española en Orán y franceses a título individual”, añade Torres.



Helia González recuerda pequeñas embarcaciones que se aproximaban al mercante para facilitar alimentos al pasaje: “Mi padre escribió la dirección de unos familiares en un papel de fumar y la entregó a una de esas barquitas. No hemos sabido quién lo hizo, pero lo cierto es que esa nota llegó a Sidi Bel Abbef, a 90 kilómetros de Orán, donde vivían aquellos tíos, que reclamaron la salida de mi padre del Stanbrook”.


Tras la propagación de casos de tifus y otras enfermedades infecciosas, se autorizó el desembarco. Los refugiados se enviaron a cárceles y campos de trabajo. La familia de Olimpia Ruiz Candelada, un bebé de 12 meses en 1939, cambió el hacinamiento del Stanbrook por otros horrores. “Vivimos mucha brutalidad en los campos durante cuatro años. A mi madre le sangraban las manos de lavar colchonetas y a mi padre le dieron palizas”, recuerda Ruiz. Su padre fue uno de los 2.000 españoles destinados a la construcción del Transahariano, “una delirante idea”, según el historiador Ricard Camil Torres, “de enlazar por medio del ferrocarril a través del desierto los puertos mediterráneos franceses con sus colonias en Níger”. Otros, como Amado Granell, acabarían haciendo historia al liberar París en 1944.



“He llorado viendo ahora a los emigrantes”

“Me subleva que países como Italia tengan esa actitud ante gente tan desdichada. He llorado viendo cosas así con los emigrantes. No se me olvida lo que pasamos nosotros. No le tengo rencor a nadie, pero me pareció una injusticia tremenda abandonar a la gente con tanta miseria, como hizo con nosotros Francia”, señala Olimpia Ruiz Candelada, una de las ocupantes del Stanbrook junto a sus tres hermanos y sus padres.
La historia del mar acumula algunos episodios siniestros, de travesías condenadas a no tener fin y pasajes forzados a errar por el mar. Poco después de que el Stanbrook atracase en Orán, el St. Louis, un crucero de lujo con 900 judíos que huían de Alemania en 1939, fue rechazado en Cuba y en Estados Unidos y obligado a regresar a Europa. También el Exodus, con 4.554 judíos supervivientes del nazismo, fue rechazado por los británicos en Palestina en 1947 y obligado a regresar a Alemania.
 

 

 

 

miércoles, 11 de abril de 2018

El busto del capitán del 'Stanbrook'








El capitán que salvó a 2.600 represaliados republicanos ya tiene nombre y rostro en Alicante

Emilio J. Martínez
La Comisión Cívica de Alicante para la Recuperación de la Memoria Histórica inauguró este domingo un busto de Archibald Dickson, el oficial del buque 'Stanbrook'






El busto del capitán del 'Stanbrook', Archibald Dickson, inaugurado en Alicante.




Fue el responsable de las más de 2.600 vidas que se subieron al último barco que escapaba de la represión que el bando franquista iba a aplicar a los republicanos con el final de la Guerra Civil. Sin embargo, para el recuerdo parece que solo ha quedado el nombre del navío, el Stanbrook, que sufrió dos ataques desde que zarpó de Alicante el 28 de marzo de 1939 y logró llegar poco tiempo después a Orán. La Comisión Cívica de Alicante para la Recuperación de la Memoria Histórica restauró este domingo el nombre y rostro del hombre que hizo posible esa huida: Archibald Dickson, cuya heroica acción ha sido comparada con la del empresario alemán Oskar Schindler, que salvó la vida de 1.200 judíos durante el Holocausto.
Con este pretexto se descubrió en la mañana de este domingo un busto del capitán galés gracias a las fotografías que se han podido encontrar de él recientemente. Al acto no faltaron las hermanas Helia y Alicia González,  testigos directos de aquella hazaña como contó este periódico. También acudieron representes políticos que van desde el conseller de Transparencia Manuel Alcaraz, a la concejal socialista Sofía Morales pasando por los regidores de Compomís Natxo Bellido y María José Espuch –exedil de Memoria Histórica- y Miguel Ángel Pavón y Julia Angulo de Guanyar Alacant, entre otros.
Se trata de un nuevo reconocimiento que se suma al que la ciudad otorgó al Stanbrook en abril de 2014 con motivo del 75 aniversario de la huida del último buque con exiliados. Entonces se inauguró una placa como reconocimiento que en mayo de 2017 sufrió un acto vandálico justo un día después de que el pleno del consistorio alicantino aprobara iniciar el hermanamiento con la ciudad natal del capitán Dickson, Cardiff (Gales).
Este domingo, desde la Comisión Cívica de Alicante para la Recuperación de la Memoria Histórica se volvió a reclamar el establecimiento de estas relaciones fraternales entre ambas ciudades como un paso más para homenajear a Archibald Dickson, cuyo barco ha sido también comparado recientemente con el español Proactiva Open Arms, que está detrás de las casi 60.000 vidas que ha salvado en el Mediterráneo y que la justicia italiana mantiene bloqueado acusado de “favorecer la inmigración ilegal”.

viernes, 16 de marzo de 2018

Visita a la Exposición de los "niños de la guerra" en el Centro Social Arena Gijón



Hemos visitado una exposición sobre los Niños de la Guerra que está desarrollándose en el Centro Social de la Arena de Gijón en estas fechas.
Se trata de un magnífico trabajo en cuya dirección y desarrollo destacan por su trabajo y dedicación Tatiana y Luis Fdez.
Consiste en mostrarnos el relato de unas familias que en ocasiones por propia voluntad, aunque confundidos por la guerra y las cincunstancias históricas de la época, y en otras sin ni siquiera sospecharlo, quebraron la integridad familiar al quedarse sin la presencia de unos hijos que se vieron obligados a emigrar, por bastantes más años de los pretendidos inicialmente.
Las fotografías y testimonios orales de estos niños, cuyos supervivientes rondan hoy los noventa años, son un inestimable legado para los estudiosos e investigadores de este oscuro capítulo de la historia.
Vaya por delante nuestro más sincero agradecimiento a todas las personas que con su esfuerzo y dedicación hacen posible que proyectos de esta naturaleza alcancen la luz.
Por nuestra parte no hemos hecho mas que reproducir algunas de las fotos como muestra.






































sábado, 24 de febrero de 2018

Paseo por Braña Castañar


Habiendo realizado una ruta al pico Llosorio hace unos días y pasado por Braña Castañar, lugar de nacimiento de mi madre, observamos el deterioro físico de una de sus poesías plastificada y prendida al roble inmediato del depósito de sus cenizas –bajo el carrasco--.
Pasado un tiempo de manifiesta incomodidad, realmente pocos día, retornamos al lugar con un nuevo manuscrito, una nueva copia plastificada, aprovechando para, con un pequeño recorrido circular, hacer una visita al cementerio de la Fosa del Llanu, donde están enterradas las víctimas de una de las masacres de la guerra civil: la del Llanu la Tabla.
Dejando, pues,  el coche al lado del monumento que recuerda tal suceso, subimos por la carretera al Llanu la Tabla a fin de conversar con dos vecinos del lugar, tío y sobrino, supervivientes de aquel evento del año 39.
Ellos nos indican que bajando por la derecha llegaríamos al pequeño cementerio en la cota baja, y justo en el entronque de dos regueras. Una lápida con sus nombres deja, constancia del sitio, y recuerdo por los años del atroz asesinato.
Desde allí, y por la margen derecha del río, iniciamos el regreso. Al principio unos doscientos metros por el cauce del Reguero La Tabla, para después ir subiendo ligeramente por un camino no precisamente limpio y claro.
Tras librar un par de árboles caídos y algún tramo de incómodos arbustos alcanzamos el espacio donde teníamos el coche aparcado.



Recorrido en el sentido de las agujas del reloj




Nos encontramos con el cementerio bastante deteriorado






Hay una pequeña cascada allí mismo





Vamos volviendo






Bajo el acebo las cenizas de Nieves




Inscripción en la losa a los fusilados y enterrados en la Fosa la Tabla





En el árbol unos versos de Nieves y debajo el poema completo






Epílogo



16-VIII-2005



A mis 80 años



Hoy ya no tengo ayer,

ni tampoco mañana;

ni siento, ni padezco,

ni veo, ni oigo nada.



Quiero hacer una hoguera con mi vida,

que vuelen las cenizas por los aires,

sentirme libre, alegre, redimida,

no pensar, no sufrir, no acordarme de nadie…

Quiero que el viento lleve mis cenizas

lejos, muy lejos, donde no haya nadie,

por encima de todas las delicias,

hacia las altas cumbres y anchos mares.



No importa que la cumbre esté nevada,

que el mar sea negro y la noche eterna,

no tengo miedo, no me importa nada

porque estar muerta es sosiego y calma.

Se ha extinguido ya el fuego de mi vida,

se han quemado los restos de mis años.

He muerto anciana, feliz y agradecida;

atrás quedaron risas, amor y desengaños.



No lloréis por mi eterna despedida,

olvidaos de mi cuerpo y de mi alma.

Disfrutad mientras sigan vuestras vidas

que, aunque yo ya no esté…

¡no pasa nada!



Soy humo en el viento,

ceniza en el suelo,

sonrisa en recuerdo,

silencio, sosiego, …



Soy humo en el viento,

ceniza en la tierra,

el agua y el tiempo

borrarán mi huella…