lunes, 20 de mayo de 2019

Publicación en EL PROGRESO

El Progreso, periódico de Lugo, editado aquí mismo desde 1908, en su núm.36.142 del domingo, 12 de agosto de 2018, publicaba en su última página, un artículo de Rodrigo Cota: ESTOY PENSANDO, con el Título "La mala memoria y la poca vergüenza", que me he tomado la libertad de reproducir.
Me reservo los comentarios puesto que su literal es suficientemente explícito.












EL SINAIA era un buque a vapor construido para albergar a 650 pasajeros, aunque en su viaje más famoso albergó durante tres semanas a 1.600, hombres mujeres y niños que huían de la guerra y de los campos de refugiados. Durante aquella travesía murieron varios. las penalidades soportadas durante años de guerra, el hambre y las pésimas condiciones de vida a bordo del Sinaia acabaron con la vida de algunos. También nació una niña, bautizada como Sinaia, el barco que, pese a todo, mataba a algunos mientras permitía vivir a todos los demás. Muchos de ellos, la mayoría, habían sido soldados del bando perdedor. Buscaban una nueva vida y sospechaban que jamás podrían volver a su país, del que se habían obligado a escapar para no morir fusilados.
Todos, eso sí, eran españoles, como esos españoles que ve Albert Rivera cuando pasea por España y sólo ve españoles. Todos eran víctimas de la guerra del abuelo, que diría Pablo Casado, muchos de ellos sin más documentación que su palabra, que fue respetada por primera vez en mucho tiempo. Todos los pasajeros del Sinaia procedían de campos de concentración franceses y muchos habían cruzado los Pirineos a pie, como esos subsaharianos o esos sirios que se ven forzados a caminar durante semanas o meses para poder embarcar. Habían sido invitados por el presidente mexicano Lázaro Cárdenas, quien abrió las puertas de México a todo aquel español que quisiera y pudiera llegar. Lo que se dice un efecto llamada, en este caso lindamente premeditado y hecho público a viva voz por un estadista que sabía asumir riesgos.
Los pasajeros fueron recibidos en el puerto de Veracruz por una multitud que quería darles una bienvenida entusiasta. En nombre de todos, el secretario de Gobernación les leyó un discurso: "El Gobierno y pueblo de México os reciben como a exponentes de la causa imperecedera de las libertades del hombre. Vuestras madres, esposas e hijos, encontrarán en nuestro suelo un regazo cariñoso y hospitalario". Imagínese usted a un líder español, y me refiero a cualquiera, recibiendo con gentío y banda de música a 1.600 senegaleses e invitándolos a traer a sus familias.
En cuanto desembarcaron los españoles, tras música, vivas y confeti, fueron debidamente alimentados y alojados. A la mañana siguiente todos posaron de uno en uno para las cámaras de los hermanos Mayo, también pasajeros del Sinaia, fotógrafos coruñeses. El primer encargo que recibieron en México fue tomar la imagen de cada pasajero para darles esos mismos papeles que Pablo Casado dice que son como su máster y que no puede haber, y menos para todos.
Antes del Sinaia ya habían sido acogidos en México 400 niños españoles a los que literalmente se les salvó la vida. Después del Sinaia hubo otros barcos, algunos de ellos igual de famosos. Se calcula que en los años siguientes cerca de 30.000 refugiados entraron en México. Si a éstos les sumamos las muchas otras decenas de miles que fueron llegando como inmigrantes, con o sin papeles, muchos de ellos gallegos, la mayoría huyendo de la miseria, de unas expectativas inexistentes y de no haber visto un yogur en toda su vida, mucho menos unas carnitas con guacamole y pico de gallo, que se me abre el apetito y no quiero divagar, ni debo hacerlo; si los sumamos a todos, decía usted, andaríamos por los 100.000 ciudadanos españoles que entraron en México a partir de 1939, año del Sinaia. Algo sabemos de eso. Pueblos enteros de Galiza se vaciaron para irse a México.