martes, 15 de diciembre de 2009

Artículo en LNE: Nieves Cuesta


 CUANDO NIEVES CUESTA ENCONTRÓ LA LIBERTAD
  
Lunes, 14 de diciembre de 2009
 


Por  MIKI LÓPEZ
Nieves Cuesta, niña de la guerra que recaló en Avilés un año después de la puesta en funcionamiento de Ensidesa tras casi 20 años de exilio en la Unión Soviética, es la primera protagonista de la serie «Avilesinos con historia». Con esta sección que hoy se estrena, LA NUEVA ESPAÑA de Avilés repasará semanalmente la vida de aquellos avilesinos, tanto de cuna como de adopción, que han colaborado a construir, con su esfuerzo y su talento, la ciudad.

Cuando Nieves Cuesta, junto a su marido Ángel Lago, llegó a Avilés en 1957 encontró la libertad, a pesar de llegar a una tierra que se encontraba bajo el yugo de un régimen dictatorial. Sin embargo, Avilés era otra cosa. Justo un año antes, Ensidesa había comenzado a operar y la ciudad, hasta 1956 una villa marinera, se había convertido en el máximo exponente del desarrollo industrial español. Nieves Cuesta había nacido en Mieres en 1926. Su marido, Ángel Lago, había visto la luz a escasos kilómetros, en Moreda. Sin embargo, ambos se conocieron en Moscú. Sus familias, de marcada tradición comunista, huyeron hacia la Unión Soviética tras el triunfo de los franquistas en la Guerra Civil. Tras veinte años en el exilio, tocaba volver a casa.

Lago, perito de profesión, probó suerte en Alicante, la ciudad adoptiva de su esposa, pero no encontró nada convincente. Desde Asturias les llegaron noticias del florecimiento de Ensidesa. Una carta de recomendación del gobernador provincial de la época le sirvió a Ángel Lago y su familia para incorporarse a la empresa siderúrgica. Lago comenzó como ajustador, pero ascendió rápidamente a maestro industrial. «Un currante», como lo califica su viuda.

Nieves Cuesta había llegado a Avilés con el miedo metido en el cuerpo. En la Unión Soviética, la maquinaria propagandística se encargaba de diseminar entre la población que en la España franquista se vivía en la más estricta pobreza. «Nos decían que la gente iba descalza por la calle», recuerda Nieves Cuesta. El temor del matrimonio se acrecentó con los férreos controles a los que hubieron de someterse para entrar en España. Maratonianos interrogatorios en los que se comprobaba que los repatriados no constituían un riesgo ideológico para el régimen. «A mi no me dieron mucho la lata, pero a mi marido, que había trabajado en una fábrica de motores de aviación, pues imagínese lo que fue aquello», rememora la vecina de Llaranes.

El temor era grande, pero las ansias de regresar a España, aún mayores. Los riesgos merecían la pena. Sin embargo, la incertidumbre desapareció una vez pisaron suelo avilesino. Ellos, nacidos en Asturias, eran en realidad emigrantes como el resto de sus 20.000 nuevos vecinos, llegados de todos los puntos geográficos de España, al igual que Nieves Cuesta y Ángel Lago buscando un nueva vida, un inicio desde cero. El poblado de Llaranes, en 1957, era un hormiguero de gentes, un ir y venir constante en busca de una realidad desconocida, una esperanza intuida. «No teníamos más que lo puesto y, al llegar, nos metieron en una casa que compartíamos con otras familias que tampoco tenían nada. Con el tiempo ya nos ubicaron en una casa propia, en la calle Monte Aramo», recuerda Nieves Cuesta.

El matrimonio comenzó entonces a paladear las mieles de aquella Arcadia que constituía Llaranes dentro del gris panorama español. Ensidesa y su maquinaria colosal salvaguardaba la moral de sus trabajadores a costa de envolver en celofán la realidad cotidiana. «Ensidesa se ocupaba de todo: teníamos un economato, nos daban plaza gratis en el colegio, sólo nos cobraban 50 pesetas de renta, nos proporcionaban carbón sin cobrar un duro. Por hacer, hasta nos cambiaban las bombillas si se nos fundían. Venía un técnico a casa y ¡hala! Era un progreso», destaca Cuesta.

Un término, progreso, que Nieves Cuesta y su familia habían tardado en conocer 32 años, edad con la que volvieron a España. La empresa siderúrgica había instalado un tranvía que comunicaba Llaranes con el centro de Avilés. Los habitantes del barrio adquirieron, de este modo, un sentimiento de identidad propia. «Todos habíamos llegado de fuera y luchábamos por labrarnos un futuro. Convertimos el poblado en nuestro hogar a base de colaborar entre nosotros, de ayudarnos mutuamente. Era un ejemplo de amistad. Venir a Llaranes fue la mejor elección de nuestras vidas. Nunca nos arrepentimos», comenta Nieves Cuesta.

Con un empleo en Ensidesa y las esporádicas clases particulares de idiomas que impartía Nieves, la familia Lago Cuesta comenzó a disipar de su memoria los oscuros episodios en los que sus vidas se habían dividido hasta ese momento. Una historia que tiene su génesis en 1934, con la Revolución de octubre. Nieves vive con su familia en el pueblo mierense de Ablaña. El padre, José Cuesta, es minero y comunista. Apoya la rebelión y acompaña a sus compañeros al frente. Cuatro días más tarde, un tren llega a la estación de Mieres. Nieves y sus cinco hermanos, que se habían trasladado a la Pereda, reciben la noticia de que en el convoy viaja su padre. La información es certera.

José Cuesta descendió del vagón, le dio un beso a cada uno de sus hijos, entregó 75 pesetas a Nieves, la mayor, y se fue. Los suyos no volvieron a verlo.

Huérfanos de padre, Nieves Cuesta y sus hermanos fueron recogidos por el Socorrro Rojo Internacional y dados en adopción a varias familias alicantinas. A Nieves le tocó en suerte los Guardiola. El padre de familia, Antonio, agricultor, es secretario general del Partido Comunista de Alicante cuando estalla la Guerra Civil. Antonio Guardiola ejerce labores de despacho. No guerrea en el frente. Alicante es el último reducto republicano, por lo que las acometidas franquistas se recrudecen. Nieves crece con la angustia de los bombardeos. Alicante cae y la vida de los Guardiola se desmorona. Antonio se ve entre la espada o la pared. «Era el exilio o el paredón», señala Nieves. Optan por el exilio a la Unión Soviética.

Lo que parecía el inicio de un viaje hacia la libertad fue, en realidad, lo más parecido al infierno. El mítico barco «Stanbrook», en el que miles de republicanos huyeron de España, recaló en Alicante. Miles de personas esperaban en el puerto. Era una trampa. En el interior no había sitio para todos. Sólo aquéllos con cargos políticos, como era el caso de Antonio Guardiola, pudieron embarcar. El resto se quedó en tierra. Muchos, ante el abismo que se abría ante sus pies, optaron por suicidarse allí mismo. Nieves escapó de aquella escena dantesca por los pelos: tuvieron que izarla con una cuerda e introducirla en el barco por una escotilla para arrancarla de la muchedumbre que intentaba abordar la nave.

El «Stanbrook» llega a Stalingrado (hoy San Petersburgo) en junio de 1939. El recibimiento del pueblo soviético es entusiasta. A Nieves y su familia adoptiva los trasladan a Harkov, en la actualidad territorio ucraniano. Tras unos meses, se asientan definitivamente en Moscú. Nieves aprende idiomas y vive protegida por las autoridades soviéticas. «A los republicanos españoles, los rusos nos trataban muy bien. Teníamos muchos privilegios», recuerda Cuesta.

Los españoles exiliados hace piña, se asocian, intercambian experiencias. En un baile, Nieves conoce a Ángel. Con el tiempo deciden casarse. El nacimiento en Moscú de su primogénito, Francisco, aviva las ansias de volver a España. La lejanía distorsiona la realidad. «Creíamos que Franco iba a caer, sobre todo después de que los fascistas pedieran la Guerra Mundial. Estábamos convencidos y por eso queríamos volver», confiesa Cuesta. Si a la pareja le quedaba alguna duda, la muerte de Stalin las disipa. «Era nuestro maestro», señala la avilesina de adopción.

Parten de la Unión Soviética en pleno invierno. Atrás quedan mil papeleos y la colaboración de la Cruz Roja. Llegan a España en los albores de la primavera de 1957.

Nieves Cuesta y Ángel Lago son un ejemplo de integración. Ninguno de los dos nació en Avilés, pero ambos se comportaron como avilesinos de pro. Inculcaron a sus hijos el amor por la villa. De hecho, el primogénito, Francisco, llegó a ser concejal de Hacienda con el PSOE entre 1991 y 1995. «A Avilés no lo cambiamos por nada. En ella nos sentimos libres», señala Nieves Cuesta que, a sus 84 años, ve el futuro con cierto optimismo, aunque el Niemeyer no le termina de convencer. «No sé con qué lo van a ocupar. Está claro que dará prestigio a la ciudad, pero del prestigio no se come», afirma.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Artículo en LA VERDAD: Vida de Nieves Cuesta








 13-12-2009
Joaquín Santos Mata


Nieves Cuesta. Pasajera del 'Stanbrook'


«Nunca olvidaré a aquellas personas acurrucadas en un ambiente de tristeza y miedo al que acompañaba un día gris y lluvioso»
MEMORIAS DE UNA NIÑA DE TRES GUERRAS

Nieves Cuesta acaba de escribir su libro de memorias 'Simplemente mi vida', que ve la luz publicado en Gijón por Ediciones Azucel dentro de la colección titulada 'Recuperación de la Memoria Histórica', integrada de momento por seis títulos más.

Desde su residencia en la localidad asturiana de Avilés nos abre en exclusiva ese corazón curtido para darnos el ejemplo de cuan ruines son los enfrentamientos bélicos que dejan un reguero de víctimas, mayoritariamente anónimas pero en cualquier caso siempre inocentes.

- ¿Cómo fue el recalar usted en Alicante?

- Yo era la mayor de seis hermanos y tenía sólo nueve años cuando estalló en Asturias la revolución de octubre de 1934 donde mi padre, que era minero, fue una de las muchas víctimas mortales de la represión. Como mi madre no podía hacerse cargo de todos sus hijos, a través del Socorro Rojo nos repartió a cuatro hermanos; las dos chicas llegamos a Alicante y los chicos a Alcoy. Al menos tuvimos la suerte de estar todos cerca.

- ¿Quién la acogió?

- El matrimonio formado por Antonio Guardiola y Estefanía Requena, ésta oriunda de Jumilla. No tenían hijos y él era un alto cargo comunista, regentaba la Bodega Alicantina, vivíamos al comienzo de la calle Pablo Iglesias, en el número dos, al lado de la avenida de Alfonso el Sabio. Y mi hermana marchó con otra familia al barrio de las Carolinas. Ellos fueron unos auténticos padres para mí.

- ¿Qué recuerdos guarda del Alicante de entonces?

- Yo no conocía el mar, venía de Ablaña en la montaña mierense y Alicante, con su luz y su sol, me pareció preciosa. Me llamaban cariñosamente la asturianita y al principio los recuerdos fueron agradables. Fui a una escuela que estaba en el barrio de San Blas, viví de cerca las Hogueras de San Juan donde recuerdo que me hacían bailar y acudía en verano con mis padres de acogida a los balnearios de la playa del Postiguet donde alquilaban una especie de cabina que tenía una escalera por donde bajábamos directamente al mar. Luego me matriculé en el Liceo Francés pero enseguida vino la guerra y entonces mis recuerdos son de las sirenas que anunciaban los bombardeos, de las huidas calle arriba para escondernos en el refugio del castillo de San Fernando, donde llegamos a pasar noches enteras. Vi muchas casas destruidas pero menos mal que ningún cadáver. Lo único bueno fue que mi madre había venido a Alicante a vernos y al estallar la guerra ya se tuvo que quedar allí.

Le vienen a la memoria algunos comercios de los alrededores de su casa que frecuentaba como la mercería El Porvenir, que aún existe, y aquella farmacia de Alfonso el Sabio que tenía unos azulejos publicitarios con unos niños que tanto le llamaban la atención y que creía perdidos. Al decirle que con la vuelta de la oficina de farmacia que fuera de Asunción Nicolau a su primitivo lugar, ha sido repuesto aquel mosaico de azulejería, se ha llevado una gran alegría porque es una imagen de su niñez.

- ¿Qué sucedió cuando la guerra terminaba?

- Pues imagínese, mi padre adoptivo ocupaba altos cargos en el comité provincial del Partido Comunista y vio que la única posibilidad de sobrevivir era huyendo. Me llevó con él, aquí quedaban mi madre y mis hermanos pero no quiso dejarme. Fuimos al puerto, allí se amontonaban miles de personas queriendo escapar, entre aquella multitud me perdí y menos mal que me encontré con un hermano suyo y conseguí que me subieran cogida de unas cuerdas a la cubierta del 'Stanbrook' que estaba abarrotada lo mismo que la bodega. No puedo olvidar a aquellas personas acurrucadas en un ambiente de tristeza y miedo al que acompañaba un día gris y lluvioso. Pensando en aquella gente he querido tomar del libro de Francisco Escudero Galante 'Pasajero 2048' el listado completo de todos los que nos acompañaron en aquella odisea y lo he incluido en mi obra.

- El vapor inglés 'Stanbrook' marchó rumbo a Orán y fue el último barco que salió con refugiados del puerto de Alicante.

- Sí, llegamos a Orán pero no nos dejaron desembarcar y nos tuvieron en cuarentena. Aquella espera hacinados resultó horrible. Al final, pudimos pisar tierra. A los hombres los llevaron a un campo de concentración y a las mujeres a una antigua cárcel abandonada. Padecimos muchísimas penurias. Y menos mal que como allí vivía una gran cantidad de españoles, muchos de ellos oriundos de Alicante, nos traían chocolatinas y lecha condensada. Por fin pudimos alojarnos mis padres y yo en una pensión hasta que un barco nos trasladó a Marsella y de allí a la Unión Soviética. Por cierto que a Antonio Guardiola, mi padre de acogida, el partido lo mandó enseguida a misiones políticas en Latinoamérica y acabó casándose con una uruguaya y formando una nueva familia, Su primera mujer acabaría en su Jumilla natal donde murió.





- ¿Cómo fue su experiencia en tierras rusas?

- La verdad es que nos trataban de una manera especial. Empezaron ubicándome en una colonia para niños españoles exiliados en 1937 que había en Jarkov, Ucrania. Después estuve en Stalingrado pero en plena guerra mundial y con Hitler queriendo tomar esta ciudad y librándose una batalla terrible, me enviaron a Ufa. Cuando se expulsó a los nazis en 1944 pude establecerme en Moscú. Yo tenía entonces apenas diecinueve años y hágase idea de qué juventud la mía, huyendo de guerra en guerra.

- Pero a partir de entonces comenzaría una nueva vida.

- Pues sí porque tuve la oportunidad de estudiar Medicina o Técnico de Ferrocarriles pero no me veía como médico y opté por lo otro. Acabé y trabajé un año porque me matriculé en la facultad de Pedagogía y me licencié en Idiomas, concretamente en inglés y español, sabiendo además, lógicamente, el ruso. Pero muy joven aún, en 1948 me casé con un paisano, Ángel Lago, que era perito mecánico y trabajaba en una fábrica de motores de aviación. Tuve en Moscú dos hijos, Francisco y Ángel y no me podía quejar aunque sentía nostalgia de mi tierra. Escribía cartas a la familia que llegaban muy tarde, vía Francia, porque no había correo directo.

- ¿Y cómo fue poder retornar a España?

- Por mediación de la Cruz Roja que se encargó de los trámites. Era el año 1958, tenía a mis niños con cinco y ocho años, quería qiuedarme en Alicante que siempre ha sido mi ilusión. Pero no pudo ser. Estuvimos buscando algún empleo también por Alcoy donde mi madre trabajaba en la famosa fábrica de papel de fumar 'Bambú' pero mi marido sólo encontraba algo en pequeños talleres mecánicos y era una persona muy cualificada. Entonces nos enteramos de que en Avilés se había creado una gran siderurgia, ENSIDESA y para allá marchamos. No le convalidaban sus estudios técnicos pero por su capacitación y al estar acostumbrado a la disciplina soviética, lo cogieron y nos dieron una casa en la colonia de los empleados de la empresa donde empezó trabajando de tornero para llegar más adelante a jefe de taller.

- ¿Usted qué hacía por entonces?

- Yo, de ama de casa. Tuve aquí otro hijo, Avelino, y entonces no eran muchas las mujeres que trabajaban fuera.

- ¿ Le tentó meterse en política?

- Calle, calle. Nosotros éramos unos sospechosos por venir de Rusia, así que nos dedicamos a lo nuestro y punto. Vivimos algo asustados y al margen de la política.

- ¿Viene mucho por Alicante?

- Mire, mi marido murió hace año y medio y un hermano, empresario textil de Alcoy, hace unos meses. Eso te hace cambiar la visión de las cosas. He ido a menudo a ver a toda mi familia que quedó ahí en el 39. Ahora me cuesta pero la echo de menos. Y a lo mejor cojo el tren en Gijón un día y voy para allá. Me encanta pasear por Alicante.

Y lo dice quien tuvo tan amargas experiencias en esta ciudad que han quedado reflejadas en este su libro 'Simplemente una vida' que daría para una película de ausencias y reencuentros, de tristezas y alegrías, de desolación y esperanza, de pérdidas y hallazgos. Lo que fue la supervivencia de los niños de la guerra, hijos del dolor y el sufrimiento.