sábado, 27 de febrero de 2021

ARACELI RUIZ TORIBIOS

 

 

El 26 de febrero de 2021 nos dejó Araceli Ruiz Toribios. Digo dejó en dos acepciones con sentidos si cabe contrapuestos: partió de nosotros por fallecimiento, eso es lo inmediato y mas doloroso, pero además dejó aquí, en vida, un legado que nunca dejaremos de agradecerle.

 


Tuvo una vida intensa. No soy yo quién para elogiarla, ni tan siquiera adjetivarla de algún modo. Pero intensa sí. Muchos países, algunos con largas estancias, sintieron su presencia, estudios diversos enriquecieron su personalidad, trabajos duros en duros tiempos, asesoramientos técnicos a países necesitados en entornos desfavorecidos...

Siendo mayor y asentada en Gijón fundó una asociación para ayuda a los niños de la guerra que la necesitaran. Recorrió despachos, recabó compromisos, y así Gijón se convirtió en la población de España que mas repatriados soviéticos recibió en su retorno y en mejores condiciones de vivienda y prestaciones sociales.

Gestiones y papeleos administrativos de asentamientos y pensiones se convirtieron en su fuerte y, con todo ello, fue conocida y reconocida por instituciones y autoridades.

Con su asociación representó a los niños de la guerra en todos los foros que la demandaron, y fueron muchos y por toda España.

Trabajó incansablemente porque su memoria se mantuviera presente.

Ahora, una asociación, la de los Niños de Rusia, recogió su testigo. En su página web del mismo nombre hay una inmejorable reseña del merecido acto de homenaje a su persona y su legado.

https://www.ninosderusia.org/claveles-viento-y-republica/

 

 

 

En algún momento, producto de una de sus decenas  de entrevistas, Alejandro Torrús escribió sobre ella...

Público.es / ALEJANDRO TORRÚS / 15-03-2013

La vida de Araceli podría protagonizar cualquier película de Hollywood. La recita de carrerilla. Con fechas, calles y compañeros de batalla. Cuando apenas tenía 15 años recorrió media Unión Soviética huyendo de la guerra, se licenció por partida doble como ingeniera técnica de Construcción de puentes y carreteras y licenciada en Economía y trabajó como soldadora de aviones soviéticos durante la guerra; como capataz de un batallón encargado de reconstruir la Plaza Roja y alrededores; como traductora de soldados soviéticos en Cuba durante cinco años (1961-1966) donde conoció a los Castro y a Che Guevara; en el ministerio de Economía soviético y en el Comité Estatal de Radio y Televisión donde transmitían para América Latina.

En 1980, regresó a España junto a sus dos hijas. Tenía 56 años. Poco le sirvieron entonces sus dos carreras y su dilatada experiencia profesional. El único trabajo que pudo ejercer fue de empleada de hogar. “Se juntaron dos factores: era mujer y mi experiencia académica y profesional era soviética. No me querían en ningún lado”, asegura. Su vida, dice, ha sido una continúa lucha. “No me han dejado otra salida. Ahora con 88 años me gustaría descansar pero tengo que seguir luchando por mis nietos y por el Centro español de Moscú”, confiesa. La batalla de Araceli arrancó en septiembre de 1937 cuando con 13 años embarcó en un barco de carga francés junto a sus cuatro hermanas y más de 1.000 niños asturianos con destino a Leningrado. La acogida -recuerda- fue fantástica. “Nos recibió casi todo el pueblo. Había banderas de la República y pancartas que decían: Bienvenidos niños del heroico pueblo español”, rememora.

En Rusia conoció a su marido, también asturiano, quien falleció en 1975, meses antes de la muerte de Franco. “Cuando estaba ingresado en el hospital ya muy malito él se preguntaba si viviría lo suficiente para ver la muerte de Franco. No le dio tiempo”, se lamenta Araceli. No fue hasta 1964 cuando se reencontró con sus padres fue en Cuba y gracias a la intermediación del entonces ministro de Industria, Ernesto Guevara, El Che. Hasta entonces, el único contacto que había mantenido era a través de cartas que viajaban de Moscú a Brasil, después a Argentina y a España. La hermana de Araceli, Cocha, trabajaba en aquel entonces en Cuba en el ministerio. Guevara, sorprendido por su origen español, le preguntó por su historia. “Galleguita, ¿qué haces acá?, le preguntó.

Conmocionado tras conocer la historia de la familia de Araceli, Guevara movió los papeles pertinentes para permitir que los padres de Araceli viajaran a la isla durante cuatro meses. “Guevara era una persona magnífica. La mejor de todas. Fidel (Castro) es un grandísimo orador y desprendía carisma. Sin embargo, Raúl (Castro) era mucho más serio y reacio a toda relación”, asegura. Su vida, asegura, ha estado guiada por un refrán ruso: ‘Debajo de una piedra asentada no pasa el agua. Hay que levantar la piedra, dice el refrán. Mi vida ha sido un continuo levantar piedras”, concluye.

domingo, 21 de febrero de 2021

Medalla a toda una vida

 

El jueves 18 de febrero fue el cumpleaños de Emilia. Ella y su marido José María Pais eran muy amigos de Angel Lago y Nieves Cuesta. Había muchos elementos y vivencias que los unían.

Puedo imaginar a Nieves, de estar viva, celebrándolo juntas. Pero Emilia es la última repatriada, como entre ellos se llamaban, que a sus 96 años aun vive. Lúcida, espléndida, guapa...

La TPA y El Comercio se hicieron eco de la entrega de una medalla conmemorativa que coincidiendo con tal celebración se le entregó a Emilia por un miembro de la Asociación de los Niños de Rusia. 

Esa distinción nominal, junto con otras varias para diferentes destinatarios, fue enviada desde el Centro de Españoles de Moscú a través de la Embajada de España, y promovidas por el Gobierno  ruso. 

Este año se cumple el ochenta aniversario del inicio de la segunda guerra mundial. Muchos de los españoles, "Niños de la guerra", aun menores de edad, se habían presentado voluntarios para luchar contra la invasión alemana en distintos frentes: resistencia de Moscú, cerco de Leningrado, batalla de Stalingrado, etc. Parte de ellos murieron en las refriegas, otros cayeron prisioneros acabando en campos de concentración, pero todos los niños, todos los que en el 37 habían emigrado a la URSS para librarse de una guerra civil, sufrieron al final los miedos, el hambre y las barbaridades de otra contienda, la mundial, aun mas bestial, si cabe, que la española. En reconocimiento a los fallecidos y agradecimiento a los que pudieron salvarse con las evacuaciones, nació esta iniciativa de otorgamiento de las medallas.

 


 

 


 

 

Viernes 19.02.21

EL COMERCIO

 

Una medalla desde
Rusia con amor

 

Emilia Fernández recibe
con emoción en su 96
cumpleaños el
reconocimiento del
gobierno de Putin a los
‘niños de la guerra’

C. del Río

 

AVILÉS.

Emilia Fernández Cueli no tenía ni idea de la sorpresa que la esperaba ayer. Podía contar con una tarta con velas por su 96 cumpleaños, pero ni siquiera imaginar que recibiría una medalla de reconocimiento del gobierno ruso por haber sido una ‘niña de la guerra’ y, como tal, haber contribuido con el país. Estupenda física y mentalmente, Emilia bromeaba con la falta de carmín en los labios para la fotografía mientras recordaba los veinte años que pasó en un país en el que conoció primero la prosperidad y después una guerra y el cerco de su ciudad, Leningrado (hoy, San Petersburgo) durante casi tres años. Novecientos días, para ser exactos. Fue Paco Lago, tesorero de la Asociación Niños de la Guerra, quien le entregó la medalla grabada con su nombre y un diploma que ella recibió agradecida y con mucho humor. «¡Qué pena! Yo estaba esperando rublos», espetó divertida. Tantos años después, el tiempo ha tamizado las penurias de una estancia que se preveía temporal y que, en su caso, se alargó de 1937 a 1957.

 


 

 

Natural del barrio gijonés de Pumarín y la segunda de ocho hermanos, quiso ir a Rusia cuando se presentó la oportunidad. Era una cría de doce años a la que le encantaba bailar y cantar y a la que su profesora había convencido de las bondades de alejarse durante unos meses de la Guerra Civil (1936-1939) que desangraba a España en un país que cultivaba las artes. Creían que el conflicto armado se iba a resolver en tan solo unos meses... Unos 1.500 niños, con edades comprendidas entre los tres y los quince años, partieron de noche del puerto de El Musel en el barco Deringuerina. En Rusia eran acomodados en casas de acogida con otros españoles y los educaban en su idioma natal. De 1937 a 1941 vivieron bien. Muy bien, de hecho. Hasta que se declaró la II Guerra Mundial (1939-1945). En 1941 se disputó la Batalla de Moscú, que duraría un año, y se cercó Leningrado. Ahí fue cuando comenzaron las penurias para todos los habitantes de la ciudad. «¡Cuánta gente murió allí de hambre!», rememoró ayer Emilia, que conoció de cerca lo que significa el azar en una guerra.

Contaba Lago una de sus anécdotas: cuando por fin pudieron salir de la ciudad, en una de las largas marchas a pie, Emilia se separó del grupo para orinar y, justo en ese momento, una bomba se llevó por delante a la mayor parte de las personas que integraban la columna. Por eso Emilia, a sus 96 años, se confesaba ayer «afortunada»

 

«¡Cuánta gente murió en
el cerco de Leningrado de
hambre!», rememora la
superviviente de aquel
cruento episodio

 

por todo lo vivido, pero sobre todo por haber podido regresar y reencontrarse con la prosperidad. Las medallas fueron enviadas desde Rusia a la Asociación Niños de la Guerra, una entidad nacional con sede en Gijón que mantiene contacto con la embajada rusa en España y con el Centro Español en Moscú. Presidida por Tatiana Vázquez, su objetivo es «perpetuar la memoria de los ‘niños de la guerra’ y recopilar libros, tesis doctorales y todo el material que ayude a explicar el porqué y el cómo», indicó Lago. 

 

Fernando Capilla, su yerno, sostiene la tarta con Emilia

Ya van quedando menos ‘niños de la guerra’ como Emilia, pero quedan sus descendientes, nacidos allí y partícipes de sus vivencias y recuerdos. «Muchos de los españoles que llegaron allí, se imbuyeron de espíritu patriótico del país que les había acogido y lucharon en sus filas. Murieron la mayoría, pero ahora el gobierno ruso quiere reconocerlo. Emilia no luchó, pero formó parte de esa historia. De hecho, dos de sus hermanas quedaron allí», explicó.