LOS ÚLTIMOS NIÑOS DE LA GUERRA
Por Luis Matías López. Fotografía de Carlos Serrano y Anatoli
Markovkin.
Cerca de 30.000 niños salieron de España durante la guerra civil
huyendo del hambre y el horror. Casi todos regresaron. Los 3.000 que enviaron a
la URSS, no. Ya
mayores, muchos han vuelto. Excepto 400 que aún viven allí. Éstas son las
tristes historias de los niños del olvido.
“Quien dice que la ausencia causa
olvido merece ser olvidado”. Estas palabras abren el Libro de la Memoria elaborado por el Centro
Español de Moscú y del que se han editado sólo siete ejemplares, destinados a
diversos archivos. Se trata de un homenaje a los 205 españoles (muchos de ellos
“niños de la guerra”) que cayeron en el combate contra los alemanes durante la II Guerra Mundial, así
como a los 211 niños que murieron de hambre y enfermedad en esa misma época y
hasta 1950.
Alberto Fernández, presidente del
centro, ubicado en la antigua sede del PCE, le entregó el pasado mayo un
ejemplar a José María Aznar, con ocasión de la visita del presidente del
Gobierno. Y aprovechó para pedirle una mejora de las pensiones, el pago de la
atención médica y más vacaciones gratis a España. Ahora viajan cada tres o
cuatro años, pero muchos “niños” ven ese lapso de tiempo como la frontera entre
la vida y la muerte. La mayoría son septuagenarios, abuelos e incluso
bisabuelos. Pero todos, tras 64 años en la antigua Unión Soviética, siguen llevando
a España en las entrañas
Todos eran niños de verdad en
1937, cuando, atrapados por la guerra civil, con edades comprendidas entre los 2
y 15 años, fueron enviados por sus padres a la URSS para huir de las bombas o el hambre. Eran
2.996, la mayoría vascos y asturianos, el 10% de los 30.000 niños evacuados al
extranjero. Casi todos regresaron al concluir la contienda. Los rusos no.
Rehenes de Stalin y del PCE, temerosos de la represión franquista o la pobreza
de la posguerra, empeñados en construirse una nueva vida, con sus señas de
identidad amenazadas siguieron en la URSS. Alguno incluso probó las hieles del
“archipiélago Gulag” de campos de concentración. Y todos sufrieron el horror de
otra guerra, contra Alemania, más terrible aún que aquella de la que huyeron.
Su destino fue el del pueblo
soviético, con algunas singularidades: disfrutaron de ciertos privilegios, como
escaparate que eran del “humanitarismo comunista” (el 25% cursó estudios
superiores); tuvieron el alma partida entre la añoranza y el desarraigo;
conservaron un estrecho y a veces endogámico contacto, aunque se casaran con
rusos de pura cepa, y siempre soñaron con volver.
De una u otra forma, la mayoría
lo logró. Hoy, sólo nos 400 quedan en Rusia y la antigua URSS, 300 de ellos en Moscú.
Unas decenas viven en Cuba
El retorno, sobre todo a finales
de los cincuenta, fue duro. El tiempo trocó a veces en indiferencia el cariño entre
padres e hijos, entre hermanos y hermanos. La adaptación emotiva y profesional
fue difícil. No se ataban entonces en España los perros con longaniza Era
difícil encontrar trabajo adaptado a su formación y experiencia. El ambiente,
en pleno franquismo, resultaba opresivo, y hacía añorar en ocasiones la “gran
patria socialista” dejada atrás. La policía política buscaba espías y
comunistas, vigilaba constantemente e intentaba arrancar supuestos secretos
militares soviéticos.
Hubo quienes emprendieron de
nuevo el camino del exilio, hacia la misma URSS que les había acogido de niños.
El director de cine Jaime Camino
tiene tres primos “niños de la guerra”. Uno fue chófer del general que
probablemente firmó la sentencia de muerte de su padre fusilado en 1939. El
reencuentro con ellos le animó a realizar un largometraje documental, que se
estrenará en otoño y con el que persigue atrapar la memoria antes de que se
muera. Lo mismo hizo para “La
Vieja Memoria”. En 1997 entrevistó a 21 protagonistas de la
guerra civil Hace cuatro años quiso invitarles a la reposición. Sólo vivía uno:
José Luis de Villalonga.
Si hay alguien que se parte el
pecho por los niños es Dolores Cabra,
secretaria general de la
Asociación Archivo Guerra y Exilio. Lo mismo promociona la
creación del Archivo General de la Guerra Civil, que lucha por mejorar las
condiciones de vida de los niños, que ayuda a proyectos como el de Jaime
Camino, que lucha por que se haga realidad un monumento en Moscú a los caídos
españoles en la “gran guerra patria” (como se conoce a la II Guerra Mundial) o que
organiza giras por España para dar a conocer la peripecia humana de este
singular colectivo.
Cada “niño” es una historia viva.
El relato en primera persona de algunas de sus experiencias pretende tan solo
ayudar a comprender su gloria y su tragedia.