lunes, 22 de agosto de 2005

Simplemente mi vida: "CAP. XXII ENSIDESA"



Ángel tuvo mucha suerte al decidirse por aceptar lo que al principio se le ofrecía y que, por otro lado, no era demasiado: trabajo de obrero ajustador en el taller de Mecanización. En la Unión Soviética había sido  jefe de taller durante varios años. Pero estudios tenía, experiencia también y seriedad y disciplina en el trabajo no le faltarían porque todos los que vinieron de allí, en ese sentido, estaban bien preparados. Tuvo que demostrar su capacidad para que con el tiempo se le reconociera su valía.
Por fin, Ángel en abril se puso a trabajar. Los niños y yo nos quedamos en Moreda y él, por mediación de unas amistades de la abuela, se fue de pensión a Avilés a casa de unos conocidos que le acogieron como a un familiar. Los fines de semana venía a vernos y a contarnos las vicisitudes de su nueva vida. Encontraba muchas dificultades de adaptación en el trabajo por la diferencia de costumbres entre ambas culturas y, sobre todo, por el sentido de superioridad y abuso de los mandos en el taller; la distinción por categorías y rangos, cosa a la que él no estaba acostumbrado y era muy notable aquí.
Empezó cobrando poco, pero enseguida fue lo suficiente como para que, en lugar de pagar su pensión y viajes, pudiéramos alquilar en un barrio a las afueras de Avilés una habitación con derecho a cocina y estar así todos juntos.
Con ello dimos un pasito más y nos independizamos en una habitación de dos camitas estrechas y una cocina compartida para tres familias. Pero hasta ahí nos fue bien porque aprendimos a callar y a amoldarnos a las circunstancias. Me vinieron muy bien las ollas, sartenes y platos rusos y allí empecé yo a cocinar mis primeras comidas españolas y, sobre todo, a freír mis primeras sardinas, que ya entonces le gustaban tanto a Ángel.
Hay que reconocer que aquel año de 1957 lo tendríamos que coronar como cúspide de nuestras vidas, porque ¿podríamos haber tenido alguna vez sueños más acertados y que éstos se vieran tan satisfactoriamente cumplidos? Nunca.
No se sabe por qué ley del destino hasta tuvimos la suerte de que en un breve plazo nos adjudicaran una vivienda en un poblado para obreros de la empresa, en Llaranes, cuando en principio ya estaban todos los pisos distribuidos y nos constaba que había una lista de espera de mucha gente que antes que nosotros había aspirado a una de esas viviendas. Ángel hizo sus gestiones, habló con el subdirector, la solicitó con ímpetu y vehemencia, pero de eso a que a primeros de junio se presentara un día con la llave en la mano… no me lo podía ni creer.
Nos faltó tiempo para visitar nuestro piso. Inmediatamente nos desplazamos a verlo y apreciamos que se encontraba muy bien situado, disponía de buenas condiciones, era de los mejores que había en el poblado.
Aún conservábamos los dólares que habíamos traído de Moscú cambiados a última hora por unos rublos sobrantes y que aquí nos sirvieron para comprar una cama de matrimonio, un colchón y el ropero; cuatro sillas y una mesa de cocina. La cama que habíamos traído como equipaje junto con otros enseres, de momento, nos sirvió para los niños.
En una esquina del extenso comedor de nuestra nueva vivienda pusimos las maletas, las cubrimos con una sábana y encima colocamos la radio-tocadiscos que también habíamos traído con nosotros en el largo viaje. El carbón para la cocina, que además cubría las necesidades de calefacción y agua caliente, nos lo aportaba la empresa, las posibles averías de cualquier índole corrían a cargo de las propias brigadas de mantenimiento y hasta las bombillas fundidas eran rápidamente cambiadas por otras nuevas una vez dado el aviso pertinente. Es digno de mención que de renta vendríamos a pagar sólo unas 50 pesetas al mes.
Enseguida pudimos hacer nuestras compras en el economato, en el que disfrutábamos de precios mucho más bajos que en el resto de los comercios y donde nos abastecíamos tanto de ropa como de comestibles.
Otras de las facilidades o ventajas que mejor nos vinieron en aquella época fue el colegio para nuestros hijos. Habían pasado sólo unos meses y ellos ya se defendían aceptablemente en español. La ayuda y comprensión de varios profesores, que se hacían cargo de la situación que nuestros hijos atravesaban, fue crucial para que salieran adelante sin ningún retraso en comparación con los demás niños de su edad.
Una vez que nos vimos definitivamente asentados, acomodados y colocados, tuvimos la firme convicción de que estábamos satisfechos, de que gozábamos de lo imprescindible y que lo que debíamos hacer era tener paciencia, resistir y conseguir ir mejorando en la medida de lo posible, aunque eso fuera ya al ritmo de la mayoría de los demás españoles.
Poco a poco nos fuimos integrando y, aunque el cuño de “rusos” lo hayamos tenido que soportar siempre, nuestra vida en Avilés corrió ni mas ni menos que por los mismos derroteros de miles de otras familias llegadas de diferentes regiones de España, que vinieron del mismo modo a ganarse el pan trabajando en aquella nueva siderúrgica llamada Ensidesa.
Pasamos dificultades al principio, como es natural, pero nunca nos vimos tan necesitados como en algunos tiempos anteriores.
 

Ángel con su tercer hijo Avelino

La vida fue mejorando gracias al desarrollo tecnológico general; la situación política, aunque muy lentamente, gracias al sacrificio de muchos luchadores por la libertad, también fue prosperando, aunque el cambio definitivo llegaría sólo con la transición, después de la muerte de Franco.
Aun éramos muy jóvenes y nos llegó un tercer hijo que trajo nuevos alicientes a nuestra vida, más ilusión y ninguna dificultad económica porque ya estábamos repuestos de las estrecheces pasadas. Nació Avelino, y aunque a mi me seguía pasando por la imaginación la idea de tener una niña, fue deseado y muy bien recibido.
Los tres crecieron, estudiaron y se hicieron hombres sin apenas darnos cuenta. Al mismo tiempo nosotros también maduramos primero y empezamos a envejecer después.
El torbellino de la vida te envuelve y gira, gira, gira…
Así han pasado muchos años. Hijas no tuvimos, pero sí nueras muy buenas a las que hemos querido mucho, mucho…
Hablando de los momentos más dichosos de muestra vida tengo que resaltar el nacimiento de cinco nietos que, uno a uno, nos han ido colmando de felicidad. Verlos crecer a ellos ha sido el mayor gozo de nuestra existencia, a pesar de que al mismo ritmo nos veíamos ineludiblemente envejecer a nosotros mismos.
Hemos mantenido siempre el contacto con nuestros familiares, hermanos y sobrinos. Perdimos a nuestras madres que, por ley de vida nos abandonaron, pero murieron con la satisfacción de haber podido ver a aquellos hijos que creyeron perdidos para siempre y que un soñado día pudieron volver abrazar.
Así, la abuela María, aunque a Nieves y a Kiko los tuvo siempre lejos, pudo verlos en varias ocasiones que vinieron a España incluso con sus hijos, y aunque las lágrimas en cada una de las despedidas fueran amargas, hubo antes otros tantos encuentros de alegría y felicidad.


El matrimonio con sus tres hijos

 

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