A pesar de todo, hacia 1953 se iniciaron por parte soviética las primeras maniobras para un acercamiento cauteloso al régimen español, se materializaron algunos intercambios comerciales, generalmente por mediación de terceros países.
Y en 1954 la Cruz Roja Internacional consiguió la liberación de los prisioneros de la División Azul, voluntarios españoles que lucharon en la II Guerra Mundial contra el Ejército Rojo, como apoyo de Franco a la Alemania Nazi y que estaban recluidos en los campos de concentración soviéticos desde el final de la guerra. En abril desembarcaron en el puerto de Barcelona 286 de ellos.
El año 1955 fue clave en ese progresivo acercamiento que iba a posibilitar las primeras expediciones de repatriados españoles de la URSS. Un retorno tan soñado, tan esperado, la ilusión sublime de nuestra existencia en aquellos momentos, la finalidad forjada a base de preparación académica, profesional, psicológica.
Nuestra estancia allí siempre tuvo para nosotros carácter temporal, desde el primer día, y todos nuestros actos y determinaciones estaban condicionados por el futuro regreso a España, que, por otro lado, pretendíamos próximo,. En ruso hay una expresión: “chemadannoe nastroenie”; viene a ser como “espíritu viajero”, o “disposición a la maleta”; pues ese era nuestro ánimo permanente. La vuelta era el objetivo principal de toda nuestra trayectoria personal, incluyendo las relaciones más íntimas, como el matrimonio o la familia. Así, por ejemplo, los que se casaron con rusos, a la larga se encontraron con dificultades añadidas que ocasionaron en muchos casos rupturas, separaciones, inconvenientes que obligaron a algunos a quedarse allí para siempre, como ocurrió con Kiko y Nieves, los hermanos de Ángel.
El siguiente, 1956, fue un año decisivo en nuestras vidas.
Dadas las circunstancias históricas del desarrollo político en la aún nueva Unión Soviética y de la evolución en el interior de España, empezó a germinar entre todos los españoles una sensación de callado convencimiento de que el momento había llegado.
Algunos de los nuestros habían hecho intentos de volver clandestinamente, ilegalmente. Unos lo habían conseguido, pero a otros los detuvieron. Había algún grupo que expresaba abiertamente su deseo de retorno, haciendo protestas y gestiones ante la Cruz Roja. Nosotros eso lo veíamos mal y hasta los juzgábamos como indeseables, a pesar de que en el fondo, teníamos los mismos deseos que ellos.
Lo que no sabíamos nosotros era que la Cruz Roja y otras instituciones ya estaban ejerciendo presión sobre Franco y sobre Rusia para que nos fuera permitido regresar.
Vivimos más de un año de incertidumbre, chismorreos, bulos; nos encontrábamos colmados de ilusiones…, ya no pensábamos en el trabajo, ni en nada. Sólo recuerdo una idea fija: volver.
Pero ¿y las dudas?, ¿y el miedo a lo desconocido? Era un paso muy decisivo, muy arriesgado. Teníamos falsos y escasos conocimientos sobre la vida en España, pero no nos faltaban presentimientos de miseria y dificultades políticas y económicas.
No teníamos miedo a pasar hambre nosotros, pero ¿y nuestros hijos? ¿Teníamos derecho a exponerlos a ellos? La incertidumbre del porvenir ponía en entredicho las expectativas.
Meyos, Tina, Jesús, Jover,Tino, Pepín y la abuela Mercedes con Pepito |
Abandonábamos bienestar y seguridad por regresar a una dictadura franquista en un país capitalista, represivo y políticamente enemigo de nuestra mentalidad.
Por otro lado, sentíamos agradecimiento y deuda a quien nos había acogido, educado y estudiado. Como si no se mereciera ningún desprecio ni abandono por nuestra parte.
Las conversaciones con nuestros amigos íntimos no trataban de ningún otro tema, pero el que más y el que menos se reservaba su punto de vista por temor a ser mal interpretado. Enemigos de aquello, nunca; agradecidos, eternamente.
El deseo se convertía en impaciencia y en tormento por la espera a que las cosas se aclararan. El ofrecimiento por parte de nuestras familias a ayudarnos y el afán de nuestras madres por abrazarnos era un aliciente más, un factor importante en la toma de nuestras decisiones. Y ante todo, el consejo inolvidable que nos había dado mi padre Antonio durante su estancia en Moscú, sobre todo para mí, que lo consideraba asesor acertado y sabio. Todos los recelos se desvanecían ante la firmeza de sus palabras: “no lo dudéis”. La decisión fue tomada positivamente, después de mucha reflexión, controversias, discusiones…
Nuestros amigos Teodora y Gregorio estaban dispuestos. Valdés y Luisina se lo pensaron mucho por temor a que su hijo Eduardito, sordomudo y disminuido físico, no pudiese incorporarse en España a la educación en escuelas especiales en las que allí sí recibía obligada enseñanza. Pero todo tendría arreglo y había que dar el paso.
Los más decididos empezaron a hacer las gestiones de solicitud y ellos eran los que nos iban informando de los requisitos necesarios para empezar a rellenar impresos y recopilar documentación, sobre todo en los lugares de trabajo.
Según la situación familiar las circunstancias de cada uno eran diferentes. Las españolas casadas con rusos no podrían venir acompañadas de sus esposos, en cambio, los españoles casados con rusas sí las podrían traer; algún decreto relacionado con la salida de ciudadanos soviéticos al extranjero así lo dictaba.
Según nos habían indicado en su día, nuestra aceptación de ciudadanía soviética, aún siendo españoles, no nos supondría ningún impedimento burocrático a la hora del regreso. Tampoco lo condicionaría nuestra afiliación al PCE, ni a aquellos que fueran miembros del PCUS; sencillamente habría que devolver los carnés en las respectivas organizaciones.
No hay que olvidar que en aquellos años, entre los nuestros, había gran cantidad de gente muy preparada ocupando cargos de gran responsabilidad en ministerios, empresas militares, químicas, o bien otras relacionadas con la defensa o con organismos gubernamentales… Trabajos llamados de “secreto de Estado”. Intelectualmente obtuvieron el puesto gracias a su capacidad y esfuerzo personal. Pero salir al extranjero, a un país capitalista, conociendo ciertos datos comprometedores, según algunas personalidades, la mayoría de las veces aprensivas y exageradas, sería imposible, al menos antes de que transcurrieran más de cinco años apartados de dichos cargos. Este problema sí que rompió planes y originó trastornos y desengaños a muchos.
Por nuestra parte tuvimos la suerte de que la “Fábrica 45” , donde trabajaba Ángel y muchos españoles más, aún siendo de construcción de motores de aviación, cuya tecnología también se jugaba el puesto a escala internacional, no ocasionara oposición alguna a la legalización de los documentos de salida.
Menos todavía debía preocuparme yo en mi trabajo, donde también había dos españoles ingenieros de estaciones hidráulicas que me precedieron en la despedida con todos los honores y buenos deseos por parte de sus compañeros para su futuro en España.
Del trabajo necesitábamos, además de los papeles reglamentarios de cese, una denominada “característica”, que debía de ser expedida y firmada por la “troika”, máxima autoridad en todas las empresas: el Director, el Secretario del Partido y el Secretario de los Sindicatos.
Primero pasabas por una entrevista con ellos, donde se interesaban por las causas de tu cese, la impresión que tenías sobre la empresa y los años trabajados, detalles de tu ideología política y, sobre todo, tu sentido de agradecimiento hacia el país que te había alimentado, educado y estudiado durante tantos años.
Si la “característica” que te expedían era positiva, no tendrías ningún problema; de lo contrario, te obligaba a dar muchos pasos y hacer gestiones reivindicativas en órganos superiores.
Recopilados en una carpeta todos los documentos exigidos, junto a las solicitudes dirigidas a la Cruz Roja y a los organismos competentes españoles para nuestra repatriación, la debíamos entregar en el ministerio y esperar por la respuesta unos dos o tres meses. Meses que se hicieron largos en nuestro caso y que fueron tensos, ajetreados, llenos de dudas y cargados de nervios.
Diciembre del 56, preparados para el retorno |
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