martes, 23 de agosto de 2005

Simplemente mi vida: "CAP. XXI ASTURIAS"

Febrero de 1957

 

Yo siempre había afirmado que cuando regresásemos a España, Alicante sería nuestro destino; Ángel más bien callaba, pero con el tiempo tuve que convencerme de que nunca se debe decir: “de este agua no beberé”. El, con miras a un inmediato futuro, ya había echado una ojeada a las posibilidades de encontrar trabajo en Alcoy y no estaba muy animado. Sólo había visto algún taller de poca monta y no muy buen augurio; pero en aquel momento, manteniendo contacto con los amigos, como habíamos prometido, recibió una carta de Valdés diciendo que en Avilés se acababa de inaugurar una siderúrgica muy importante y que varios compañeros ya estaban trabajando en ella. Por eso, cuando a mediados de febrero, por fin, nos vinimos a Asturias, el destino ya estaba trazado y las perspectivas encauzándose.
El viaje en tren recuerdo que fue muy malo e incómodo, con mucho frío; pero, además, Angelito venía muy malo y con mucha fiebre, y por esto, sobre todo por esto, además de incómodo también se nos hizo interminable.
El famoso cajón de nuestro equipaje estuvo almacenado en Castellón hasta que definitivamente solicitamos su traslado a Moreda, Asturias, cuando apreciamos que ya la suerte estaba echada.

La abuela María

El encuentro con la abuela María es mejor no recordarlo. Sólo sé que en aquellos primeros momentos maldije la hora en que se nos había ocurrido volver, pensando que por nuestra culpa allí mismo se nos quedaba tiesa. Le entró un ataque, se cayó al suelo y abrazada a Ángel se retorcía dando unos gritos desgarradores que nos partieron el alma, pero no sólo la nuestra, sino la de toda la vecindad que había acudido a celebrar tan dichoso acontecimiento.
Celso, el pobre, también muy emocionado, había venido a Oviedo a esperarnos a la estación, conocernos y acompañarnos a casa. Su vida se iba a ver alterada por el aumento repentino de la familia, con niños incluidos, acostumbrado él como estaba a la rutina del trabajo y el sosiego de la casa.
Tomamos la tila que nos prepararon las vecinas, acostaron a María en la cama para que se tranquilizase y nos acomodamos en  nuestras habitaciones mucho mejor acondicionadas que las de Alcoy. La despensa estaba bien surtida porque ya la abuela se había preocupado de matar dos cerdos para que estuviésemos bien abastecidos, por lo menos, el primer tiempo.
Esta vez fue Ángel el que sintió la emoción interior más profunda de su vida, sobre todo al observar desde “El Cantu la Silla” la belleza del paisaje inmenso, verde y entrañable que su vista lograba divisar a lo lejos. ¡Tantas veces había intentado retener en la memoria el recuerdo grabado de aquellos parajes frondosos de sus montañas!... Pues lo había conseguido, los reconocía, cada cumbre, cada sendero, casi cada castañar, la reguera fresca y cristalina que descendía de los altos zigzagueándose el camino detrás de casa; todo seguía igual … casi igual, hasta el olor del ambiente le parecía reconocible, ese perfume de la naturaleza que te invita a cerrar los ojos y disfrutar.
A Ángel sólo le apetecía salir a un descampado y gritar a todo pulmón: ¡¡¡ “Estoy aquí, soy yo, he vuelto…”!!! y que el eco le respondiera acogedor y hospitalario.
Acogedor y hospitalario fue todo el pueblo, que conocía los años de sufrimiento y añoranza vividos por una madre que contaba perdidos para siempre a tres de sus hijos. También había familia, primos y hasta alguna tía, que nos acogieron cariñosamente.
En la entrevista-interrogatorio que habíamos sufrido por la policía en Benicassim, nos habían advertido de que, por el momento, no íbamos a gozar de las libertades normales de los ciudadanos españoles, aunque la verdad sea dicha, la libertad brillaba por su ausencia también para ellos.
Provisionalmente, hasta llegar el carné de identidad, nos concedieron un documento amarillo que nos permitía, aunque con restricciones, viajar por España, obligándonos a presentarnos a la policía en cualquier lugar de nuestra residencia. Así en Alcoy, nada más llegar, tuvimos que hacer acto de presencia en la comisaría, donde nos previnieron de los riesgos que podíamos correr si nos manifestábamos acorde con nuestras ideas o intentábamos meternos en política y salirnos de la línea normal del trabajo y la legalidad.
Sin embargo, al llegar a Moreda, no tuvimos necesidad de presentarnos, ya que fueron ellos los que vinieron a visitarnos a casa. El cuestionario que traían trataba casi exclusivamente de Guardiola: que dónde se encontraba, a qué se dedicaba, cuándo lo habíamos visto por última vez y dónde, etc. Yo declaré, por supuesto, que carecía de toda esa información y no mantenía absolutamente ninguna relación con él desde 1939, fecha en la que suponía había abandonado la Unión Soviética.
Allá, en Moscú, en previsión de interrogatorios o registros y sintiéndolo mucho, había hecho desaparecer una fotografía que nos habíamos sacado con él en el mismo Moscú, y en la que Pachito ya estaba con cuatro o cinco años. No trajimos nada que nos pudiera delatar.
 

Con la tía Trina en Moreda

Durante aquél  primer mes estuvimos viviendo en la casa familiar, adaptándonos al nuevo ambiente, escuchando, observando las costumbres, saboreando las nuevas comidas y sobre todo, mimando y tranquilizando a la abuela, que no acababa de creerse lo que veían sus ojos. Yo intentaba ayudar y hacerme cargo de algunas labores, pero era todo tan distinto… Había que lavar la ropa con aquel agua tan fría en la cocina de leña, o si no, en la corriente cristalina no menos helada de la reguera. No carecíamos de nada para cocinar, abundaba todo para preparar buenas comidas; pero lo que no había era ollas grandes, todas eran tan chiquititas como para satisfacer a dos o tres personas. Y ahora éramos muchas bocas, había que racionarlo un poco y a mi aquel detalle me preocupaba, más que nada por los críos, que no se adaptaban a los “potes” y sobre todo, a tirar de cuchara para cenar.
Esos detalles eran tan insignificantes, que lo verdaderamente importante es que hemos estado eternamente agradecidos a toda nuestra familia por el recibimiento dispensado tan acogedor y tan caluroso, sobre todo al enterarnos, pasados los años, de lo que tuvieron que aguantar y sufrir amigos nuestros que en igualdad de circunstancias se encontraron al llegar con la incomprensión y hasta el rechazo de madres y hermanos que no supieron afrontar las dificultades del reencuentro.
También pudo ser que la culpa de la incomprensión proviniera de ambas partes. Lo cierto es que nosotros hicimos todo lo posible por lograr amoldarnos.
Visitamos a toda mi extensa familia en Mieres y Ablaña, cuando aún vivían casi todas las tías, tanto por parte de mi padre, como de mi madre. Mi tío Tano enseguida nos visitó y nos trajo algo de dinero para ayuda del primer tiempo, otra tía me regaló una sábana, otra unas bragas y un collar. Nos invitaban a comer… Había bastante pobreza en general.





Lo que sí tengo muy presente es que mi primera impresión al llegar y observarlo todo no fue en absoluto nada negativa. Veníamos muy mentalizados del bajo nivel de vida en España, del hambre y la miseria, originados  por el régimen franquista, y yo no vi ese grado de necesidad en la calle, no vi niños descalzos ni tan mal vestidos; nosotros mismos no procedíamos de la abundancia y tal vez por eso yo apreciaba mejor la buena ropa en las camas, los muebles y las casas amplias, la aceptablemente baja temperatura del invierno, aunque aquel año, en aquella ocasión, cayó en Moreda una buena nevada. Nosotros no la hubiéramos añorado en absoluto.
Ángel disfrutaba de la compañía de los primos que lo invitaban a salir por los bares y tertulias y recuerdo que yo tenía muchos temores de que se fuera algo de la lengua contestando a las preguntas que, como era natural, les surgían a los que lo ignoraban todo sobre aquel lejano país.
Calmados los ánimos empezamos a pensar en el futuro inmediato y nuestro definitivo emplazamiento. La idea de quedarnos en Moreda no le convencía a Ángel y menos por lo inaceptable de las condiciones de trabajo que le ofrecieron en algún taller mecánico de HUNOSA; había que aspirar a algo más.
Puesto en comunicación con Valdés, supo de algunos compañeros nuestros que habían acudido al Gobierno Civil en petición de ayuda y habían recibido una carta de recomendación del Gobernador Civil, máxima autoridad en aquel tiempo políticamente tan complejo, que les facilitaba el ingreso en Ensidesa. En esta empresa, entonces de carácter público, ya habían cerrado las admisiones por tener completa la plantilla, pero en este caso, como se trataba de buenos especialistas, gente que ya había trabajado en fábricas importantes y muchos con carreras de ingenieros y peritos, casi todos fueron admitidos. Aunque como no se les convalidaron los estudios nunca fue reconocida su categoría acorde con los títulos que habían traído de la URSS. No se sabe por qué España sólo homologó la carrera de medicina y de este modo solamente los médicos pudieron ejercer su profesión plenamente desde el primer momento.

 

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