viernes, 26 de agosto de 2005

Simplemente mi vida: "CAP. XVIII PREPARANDO EL RETORNO"


De momento Kiko y Sima se quedarían. Por mucha ilusión que le hiciera a Kiko reunirse con su madre en España, Sima tenía toda una familia, de los que le sería muy doloroso separarse: madre y padre ya muy viejitos, hermanos… Además, ya tenían tres niños, Víctor de siete años y Volodia y Elena de tres.
Nieves tenía el marido ruso, Valentín y una niña, Marina, de año y medio; pero lo peor era que él estaba mal de salud. Ya lo habían operado de un tumor en el cerebro y la gravedad de su mal no ofrecía muchas esperanzas.
Estefanía  también, se hacía sus ilusiones, sobre todo pensando que sus hermanas la estaban esperando. Ella no había destacado por participación política alguna en España, sólo por ser esposa de Antonio Guardiola. Pero su compañero, Cerezo, casi ciego y enfermo sí había sido militar de rango en el ejército republicano. Por entonces los emigrados políticos corrían el peligro de ser detenidos si entraban en España. Estefanía también tuvo que esperar unos añitos más hasta que murió Cerezo y le confirmaron su seguridad e inmunidad política si pisaba territorio español.
Es fácil comprender que en aquellas condiciones no tuviéramos ningún ahorro, puesto que vivíamos al día y con estrecheces; no obstante, nos hacía ilusión presentarnos decentemente vestidos, e incluso poder traer algún regalo para la familia. Ya se nos había informado de que el viaje de regreso sería en barco con el pasaje y el transporte de equipaje gratis, pagado por la Cruz Roja Internacional. Pero el azar nos brindó la posibilidad de que se nos cumplieran nuestros deseos y pudiéramos ver cubiertas nuestras necesidades más perentorias.
No he mencionado en todo lo escrito en páginas anteriores sobre los años vividos una circunstancia que en aquellos últimos momentos nos sirvió de feliz recompensa; mínima recompensa al largo, injusto, dictatorial sacrificio al que nos tuvieron obligados durante tantos años junto a todo el pueblo soviético. Lo llamaban: “Suscripción voluntaria al préstamo del Estado”, por medio de obligaciones recuperables en un periodo de veinticinco años. Obligaciones bien obligadas… Teníamos que ceder el monto de un sueldo o beca a descontar en doce mensualidades. Toda persona adulta, obrero, campesino, estudiante, todo asalariado tenía que suscribirse“ voluntariamente”.
La “paliza publicitaria”, no con tantos medios como existen ahora, claro, empezaba dos meses antes, por medio de reuniones, mítines, pancartas, prensa, radio… Intentaban machaconamente demostrarnos cómo todo el pueblo soviético, como un solo hombre, respondía en masa a la llamada del Gobierno. En el fondo sabíamos todos que voluntariamente nadie quería hacerlo porque el nivel de vida era muy bajo y el que más y el que menos lo necesitaba para sí; ni la llamada del deber que tanto pregonaban nos conmovía una pizca. Pero ¿quién se atrevía a negarse?, ¿y las consecuencias que tal acto de vergonzosa negativa podría acarrearnos?
Recuerdo una vez, en el Instituto, que una clase en pleno se negó rotundamente a suscribirse. Después de la bronca de la Directora, los discursos de varios profesores, las intervenciones amenazadoras de los dirigentes, miembros del Komsomol, los encerraron en clase con llave por fuera y sólo iban dejando salir de uno en uno, según los ánimos iban cediendo y las firmas se sucedían.
Así, año tras año, fuimos recopilando/aportando en depósito unas divisas/cuotas que nunca creímos recuperables.
Pues una vez gestionados todos los trámites y diligencias para el regreso, cuál no sería nuestra alegría al enterarnos de que el dinero que habíamos invertido en aquellas obligaciones a lo largo de los años, desde que salimos de las casas de niños, nos sería devuelto en efectivo, conforme a la ley que nosotros desconocíamos, pero que alguien puso en evidencia.
Dicha cantidad debía ser legalmente justificada por certificados expedidos por los órganos competentes, todo conforme a lo abonado cada uno de los finales de año pasados. No recuerdo lo que reunimos entre Ángel y yo, pero sí que fue nuestra salvación, que nos compramos para nosotros y nuestros hijos trajes, abrigos, calzado y, también, regalos para la familia.

Cena de despedida

Podíamos traer todo el equipaje que quisiéramos, así que Ángel, seguramente en el trabajo, agenció un cajón grandísimo, fuerte, de tablas resistentes, en el que embalamos todos nuestros enseres: una cama con sus maderas y su somier metálico, una radio tocadiscos que le regalaron los compañeros en el trabajo, discos, sartenes, ollas, la vajilla usada que teníamos (de la que aún conservo un plato llano y una sopera que tengo echa un centro de mesa, después de 48 años), cubiertos (los usados y media docena de alpaca que me regalaron a mí las compañeras de trabajo), sábanas, mantas, almohadas, ropa, libros…, los adornos cristalinos del árbol de navidad que Ángel se encargaba de decorar desde 1948 y cuya labor siguió haciendo durante muchos años más, aquí en España. Alguna caja de herramientas pensando en las necesidades del trabajo en el futuro. También una máquina de coser alemana, plegable y eléctrica, que yo había conseguido en una mueblería haciendo durante semanas la tradicional cola de registro diario de una lista al efecto. Era una novedad, una monada, roja, como de uralita brillante, que llamaba la atención. Tanto es así que nada más llegar a España, la vio un viajante de “Sigma” y no lo pude echar de casa hasta que me conformé a cambiarla por una normal, de pié, que yo creía que me sería de más provecho. Pero aquel avispado, al verme tan inexperta, todavía me hizo pagar mil pesetas por el cambio,. Se marchó satisfecho y enamorado de su adquisición, sabiendo que me había engañado; pero yo todavía disfruto de mi antigüita “Sigma”, que me ha dado, seguro, mejor resultado que aquella tan bonita, apropiada sólo para exposiciones. Metimos en el cajón los regalos y alguna barra de salchichón y le clavamos la tapa bien segura, tan segura, que llegó al “Cantu la Silla” un par de meses después, sin novedad, repleto y sano y salvo.
La ropa de uso inmediato y las cosas un poco delicadas vinieron en la maleta.
Aquel mes de diciembre nos sumió en el agobio y las preocupaciones; era un cambio muy decisivo y nosotros personas responsables. Menos mal que la importante decisión había sido tomada con tanta alegría y era tan deseada, que la felicidad era inmensamente mayor que los temores y la inquietud que sentíamos.
Ángel se ocupaba del papeleo y yo de las compras. No podíamos dejar ningún cabo suelto.
A últimos de mes se nos marcharon Teodora y Gregorio; la despedida simplemente fue: ¡Hasta pronto! Respecto de Valdés y Luisina hicimos todos los preparativos para viajar juntos en el regreso. Armando y Ángel ya habían salido a la vez de Salinas y el destino los mantenía inseparables, sin proponérselo, como dictado por alguna fuerza desconocida que rige nuestras vidas. Y, hasta hoy, ya por siempre.


Nieves y Ángel con Gelito, Kiko y Sima con Elena, y delante Pachito y Víctor


Aquel Año Nuevo lo celebramos en casa de Sima y Kiko y fue triste, presentíamos la separación definitiva, aunque los chiquillos fueron los que disfrutaron de lo lindo saltando y gritando, aprovechándose de nuestra benevolencia.
El Gobierno Soviético nos permitió sacar  75 dólares al cabeza de familia, más 37 dólares por la mujer y cada hijo, al cambio de cuatro rublos por dólar.
Con eso, y como se suele decir, “con lo puesto”, dispusimos rumbo a España.


Celso Lago



 

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