Francisco, de 74 años, economista agrícola, nació en
Madrid. Salió de España el 23 de marzo de 1937. Regresó por primera vez en
1972. Vive en Moscú.
Junto a su mujer rusa, está
dispuesto a volver a España en cuanto se le conceda un piso social. En su
opinión, los “niños de la guerra” fueron rehenes, no sólo de Stalin, sino
también del PCE, que, por motivos partidistas, impidió su regreso.
Éste es su relato de por qué salió de España y de cómo llegó a
“No me enviaron a la URSS para huir de la guerra,
sino de la miseria. Nací al ladito mismo del Rastro (Madrid), y allí viví con
mis padres y mis cuatro hermanos hasta 1931 o 1932, cuando mi padre, contable
en el Banco Hispano Americano, perdió su empleo. Tuvo que trabajar en lo que le
salía, con salarios de miseria, y nos mudamos a la Ronda de Segovia, el fin del
mundo por entonces”.
“Al estallar la guerra, mi padre
se fue al frente y en casa no había de donde darnos a todos de comer, así que
nos llevaron a los cinco hermanos a una institución del Gobierno para ver si
podían ocuparse de alguno. Me eligieron a mí porque era el más débil. Con 10
años, apenas si pesaba 20 kilos, y además me detectaron un soplo en el
corazón”.
“Me llevaron a un chalet de
Puerta de Hierro requisado por el Gobierno. Vivíamos como príncipes. Allí comí
el primer filete en varios años y me puse mi primer pijama. Cuando las tropas
de Franco se acercaban a la ciudad, Puerta de Hierro se encontró en la línea
del frente, y nos evacuaron de urgencia a Palma de Gandía, en Valencia, a otro
chalet requisado, sin tiempo siquiera de avisar a nuestros padres.
“Tras desembarcar en Yalta, nos
llevaron al campo de pioneros de Artek, el mejor de toda la URSS , en edificios donde
antaño veraneaba la familia del zar. Nunca he vivido tan bien. Fueron unas
largas vacaciones que duraron hasta finales de agosto, cuando nos trasladaron a
Moscú, a la casa de niños número 7 de la calle Pirogovskaya. Era un centro
espléndido al que fueron a parar hijos de dirigentes comunistas.
Pero lo peor, la guerra, estaba
por llegar”.
“Un día se presentó un ruso con
un traductor y preguntó que quién quería irse a la URSS. Yo levanté el
brazo. Mandaron un telegrama a mis padres y ellos autorizaron mi partida. En
marzo, el barco Cabo de Palos salía de Valencia con 70 niños de diversa
procedencia y ponía rumbo a Odesa, en el mar Negro. Desde allí, sin ni siquiera
poner pie en tierra, proseguimos viaje a Yalta, en la península de Crimea”.
“El viaje fue agradable.
Camarotes para dos, tres o cuatro niños. Buena comida. Buena atención. Buen
ambiente. Duró 10 días. Nadie nos atacó. El tiempo fue aceptable. Un coronel
tanquista ruso se empeñó en adoptarme. Durante la travesía me daba comida y
golosinas. Al hacer escala en Odesa, su mujer subió al barco y noté que también
le gustaba. Más tarde, ya en Moscú, fueron a la casa de acogida e insistieron
en adoptarme, pero me negué. No quería separarme de los niños. Lejos de España,
ellos eran mi única familia.
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