viernes, 21 de septiembre de 2001

Los últimos "Niños de la Guerra" Francisco Mansilla






Francisco Mansilla Camarés
 
Francisco, de 74 años, economista agrícola, nació en Madrid. Salió de España el 23 de marzo de 1937. Regresó por primera vez en 1972. Vive en Moscú.
 
Junto a su mujer rusa, está dispuesto a volver a España en cuanto se le conceda un piso social. En su opinión, los “niños de la guerra” fueron rehenes, no sólo de Stalin, sino también del PCE, que, por motivos partidistas, impidió su regreso.

Éste es su relato de por qué salió de España y de cómo llegó a la Unión Soviética.
 
“No me enviaron a la URSS para huir de la guerra, sino de la miseria. Nací al ladito mismo del Rastro (Madrid), y allí viví con mis padres y mis cuatro hermanos hasta 1931 o 1932, cuando mi padre, contable en el Banco Hispano Americano, perdió su empleo. Tuvo que trabajar en lo que le salía, con salarios de miseria, y nos mudamos a la Ronda de Segovia, el fin del mundo por entonces”.
 
“Al estallar la guerra, mi padre se fue al frente y en casa no había de donde darnos a todos de comer, así que nos llevaron a los cinco hermanos a una institución del Gobierno para ver si podían ocuparse de alguno. Me eligieron a mí porque era el más débil. Con 10 años, apenas si pesaba 20 kilos, y además me detectaron un soplo en el corazón”.
 
“Me llevaron a un chalet de Puerta de Hierro requisado por el Gobierno. Vivíamos como príncipes. Allí comí el primer filete en varios años y me puse mi primer pijama. Cuando las tropas de Franco se acercaban a la ciudad, Puerta de Hierro se encontró en la línea del frente, y nos evacuaron de urgencia a Palma de Gandía, en Valencia, a otro chalet requisado, sin tiempo siquiera de avisar a nuestros padres.
 
“Tras desembarcar en Yalta, nos llevaron al campo de pioneros de Artek, el mejor de toda la URSS, en edificios donde antaño veraneaba la familia del zar. Nunca he vivido tan bien. Fueron unas largas vacaciones que duraron hasta finales de agosto, cuando nos trasladaron a Moscú, a la casa de niños número 7 de la calle Pirogovskaya. Era un centro espléndido al que fueron a parar hijos de dirigentes comunistas.
 
Pero lo peor, la guerra, estaba por llegar”.
 
“Un día se presentó un ruso con un traductor y preguntó que quién quería irse a la URSS. Yo levanté el brazo. Mandaron un telegrama a mis padres y ellos autorizaron mi partida. En marzo, el barco Cabo de Palos salía de Valencia con 70 niños de diversa procedencia y ponía rumbo a Odesa, en el mar Negro. Desde allí, sin ni siquiera poner pie en tierra, proseguimos viaje a Yalta, en la península de Crimea”.
 
“El viaje fue agradable. Camarotes para dos, tres o cuatro niños. Buena comida. Buena atención. Buen ambiente. Duró 10 días. Nadie nos atacó. El tiempo fue aceptable. Un coronel tanquista ruso se empeñó en adoptarme. Durante la travesía me daba comida y golosinas. Al hacer escala en Odesa, su mujer subió al barco y noté que también le gustaba. Más tarde, ya en Moscú, fueron a la casa de acogida e insistieron en adoptarme, pero me negué. No quería separarme de los niños. Lejos de España, ellos eran mi única familia.






 

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