jueves, 20 de septiembre de 2001

Los últimos "Niños de la Guerra" José Fernández Sánchez



 
 

José Fernández Sánchez

José, de 76 años, profesor, bibliotecario y traductor, nació en Ablaña (Asturias). Salió de España el 23 de septiembre de 1937. No regresó hasta 1971. Vive en Madrid.
 

Hijo de un minero socialista que murió en el frente. Vive en Madrid con su esposa rusa, Galina. Su hermano menor y compañero de aventura, Joaquín, murió en Rusia. José merece capítulo aparte, siquiera porque a su pluma se debe una trilogía sobre los niños de alta calidad literaria y documental. Su lectura es obligada.
 
Sufrió en carne viva el espanto de una guerra en España (como niño) y otra en la URSS (como adolescente), pasó por toda suerte de penalidades y se forjó una nueva vida, que incluyó tres años en Cuba como intérprete de los asesores soviéticos. Durante 34 años no dejó de pensar ni un minuto en volver a su país, que él define como “operación sin anestesia”. Terminó abriéndose camino como bibliógrafo en la Biblioteca Nacional, profesor de Culturas Eslavas en la Universidad Autónoma de Madrid y traductor de Gógol, Turguénev, Tolstói y Bábel. Con gran lucidez, aunque con dificultades de dicción tras sufrir un derrame cerebral, habla de un tema muy delicado: las relaciones de los niños con el Partido Comunista de España (PCE).
 
“Como la mayoría de los niños, en 1960 ingresé en el PCE. Era lo natural. Recién llegados a la URSS, entonábamos canciones como ésta: ‘¿Qué canta en la mañana / esa rueda infantil? / Cantan los niños de España / a la gloria de Lenin’. El PCE nos ayudaba a resolver problemas de vivienda y educación, pero nos perjudicaba al asumir la idea de que éramos símbolos de la lucha contra el fascismo que tenían que librar la batalla final contra Franco. Eso impidió nuestro retorno a España”.
 
“Se puede decir que fuimos rehenes del PCE y que éste, a su vez, lo fue de Stalin y del PCUS. Dolores Ibárruri, un mito en la URSS, nos seguía muy de cerca, con la idea de forjar revolucionarios y evitar que nos convirtiésemos en niños bien. Se podía hacer cualquier cosa con nosotros. Éramos territorio virgen. Dolores visitaba las casas de acogida y criticaba cualquier detalle que le pareciera burgués
 
Una vez descubrió a una chica que se había pintado las uñas. ‘Éstas no son las manos de la hija de un proletario’, dijo. Durante la guerra, un grupo de niños le escribió una carta pidiendo mejores condiciones materiales y respondió: ‘Tenéis que pensar menos en los macarrones y la mantequilla, y más en la revolución proletaria’. Pero ¿cómo no íbamos a soñar con macarrones si hacía siglos que no los veíamos ni en pintura?”.
 
“Siempre quise volver a España, pero lo que terminó de decidirme fue el temor de vuelta al estalinismo que experimenté en los sesenta, cuando trabajaba en Radio Moscú. Tras la expulsión de Nikita Jruschov del poder, en 1964, el partido comunista soviético pidió a Dolores un artículo para publicar en Pravda. Yo vi en qué quedó tras la censura del Comité Central: un puñado de folios lleno de tachaduras. Por esas y otras cosas, en 1971, con 46 años, me dije: ‘Aún estoy a tiempo de rehacer mi vida en España. Ahora o nunca’. Y me fui de la URSS. Jamás me arrepentí”.

 


 



 

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