miércoles, 19 de septiembre de 2001

Los últimos "Niños de la Guerra" Celso López García y María Díez Solaz



Celso López García y María Luisa Díez Solaz

Celso, de 75 años, ingeniero textil, nació en Gijón. María Luisa, de 76 años, médica, nació en Sestao (Vizcaya). Ambos salieron de España el 23 de septiembre de 1937.



Se casaron en Moscú en 1947. Viven en Noguinsk, a unos cincuenta kilómetros de la capital rusa. La familia de María Luisa era comunista. Su padre fue ejecutado tras caer Bilbao en manos de Franco. Hija única, la enviaron “por seis meses” a la URSS, pero, como Celso, no regresó hasta 46 años después. La madre de Celso tuvo 19 hijos. Sólo vivían cinco cuando él nació. Todos fueron comunistas, incluso él, más por tradición que por ideología. Toda su familia sufrió las hieles del exilio. Ambos soportaron la primera fase del sitio de Leningrado y protagonizaron una épica huida al sur. Éstos son sus recuerdos de aquella epopeya:
 
“Al sitiar los alemanes Leningrado, en noviembre de 1941, unos 200 niños de la guerra pasamos a vivir en el número 8 de la calle Tverskaya. Para cuando Pasionaria logró que se nos prohibiera ir al frente, unos 150 luchaban ya como voluntarios. Muchos murieron. La casa era como un hospital en el que se atendía a españoles enfermos, por el hambre y las privaciones, tuberculosis, avitaminosis o disentería”.
 
“La ciudad era un cementerio. Había quien arrastraba el cadáver de un ser querido y, vencido por el agotamiento, caía y no se volvía a levantar. Pasábamos un hambre atroz. La ración era ínfima. La base eran 125 gramos de una mezcla de harina y pasta de celulosa. Se hacía sopa con un kilo de guisantes para 200. En cada plato caían dos o tres guisantes. Los españoles éramos, pese a todo, unos privilegiados: nos daban cinco gramos de mantequilla al día y, a veces, un poco de leche de soja”.
 
“No había alcantarillado, y teníamos que acarrear el agua desde el helado río Nevá. Por el día bombardeaba la artillería alemana. Por la noche, la aviación. Pero el hambre mató mucho más que las bombas”.
 
“El 19 de marzo de 1942 nos evacuaron a través del lago Ládoga, totalmente congelado. Viajamos más de un mes hacia el sur en tren, pasando por Stalingrado antes de la gran batalla, hacinados en vagones de mercancías, hasta llegar a Krasnodar”.
 
Los alemanes nos pisaban los talones y, ya en agosto, tuvimos que huir hacia Georgia, a través de las montañas del Cáucaso, a más de 3.000 metros de altura, entre nieves perpetuas. Junto con nosotros se retiraba una división soviética, y los nazis lanzaban paracaidistas y nos ametrallaban desde las alturas. Había heridos, como dos chicas españolas a las que transportábamos en camilla porque habían perdido los pies arrolladas por el tren. Sobrevivieron”.
“Un día, en medio de una intensa lluvia, los paracaidistas cayeron a pocos metros. Echamos a correr, pero hicieron prisioneros a unos 40 niños. Lo que es la vida; tuvieron suerte. Los enviaron a España. A nosotros nos tocó esperar aún 40 años”.
 
“Por fin llegamos a Sujumi, en el mar Negro, y luego a Tbilisi, capital de Georgia. Algunos volvieron a estudiar. Otros trabajaron en las fábricas. Lo peor había pasado. Empezamos a salir juntos en 1944, en Tbilisi. Nos casamos en 1947, ya en Moscú. Tenemos una hija de 53 años casada con un ruso, tres nietos y dos bisnietos”.
 
“Siempre hemos querido vivir en España, pero primero las autoridades soviéticas y después las circunstancias nos lo han impedido. Aún confiamos en lograrlo. Ni un solo minuto, en todos estos años, hemos dejado de sentirnos españoles”.









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