Me reservo los comentarios puesto que su literal es suficientemente explícito.
EL SINAIA era un buque a vapor construido para
albergar a 650 pasajeros, aunque en su viaje más famoso albergó durante tres
semanas a 1.600, hombres mujeres y niños que huían de la guerra y de los campos
de refugiados. Durante aquella travesía murieron varios. las penalidades
soportadas durante años de guerra, el hambre y las pésimas condiciones de vida
a bordo del Sinaia acabaron con la vida de algunos. También nació una niña,
bautizada como Sinaia, el barco que, pese a todo, mataba a algunos mientras
permitía vivir a todos los demás. Muchos de ellos, la mayoría, habían sido
soldados del bando perdedor. Buscaban una nueva vida y sospechaban que jamás
podrían volver a su país, del que se habían obligado a escapar para no morir
fusilados.
Todos, eso sí, eran españoles, como esos
españoles que ve Albert Rivera cuando pasea por España y sólo ve españoles.
Todos eran víctimas de la guerra del abuelo, que diría Pablo Casado, muchos de
ellos sin más documentación que su palabra, que fue respetada por primera vez
en mucho tiempo. Todos los pasajeros del Sinaia procedían de campos de
concentración franceses y muchos habían cruzado los Pirineos a pie, como esos
subsaharianos o esos sirios que se ven forzados a caminar durante semanas o
meses para poder embarcar. Habían sido invitados por el presidente mexicano
Lázaro Cárdenas, quien abrió las puertas de México a todo aquel español que
quisiera y pudiera llegar. Lo que se dice un efecto llamada, en este caso
lindamente premeditado y hecho público a viva voz por un estadista que
sabía asumir riesgos.
Los pasajeros fueron recibidos en el puerto de
Veracruz por una multitud que quería darles una bienvenida entusiasta. En
nombre de todos, el secretario de Gobernación les leyó un discurso: "El
Gobierno y pueblo de México os reciben como a exponentes de la causa
imperecedera de las libertades del hombre. Vuestras madres, esposas e hijos,
encontrarán en nuestro suelo un regazo cariñoso y hospitalario". Imagínese
usted a un líder español, y me refiero a cualquiera, recibiendo con gentío y
banda de música a 1.600 senegaleses e invitándolos a traer a sus familias.
En cuanto desembarcaron los españoles, tras
música, vivas y confeti, fueron debidamente alimentados y alojados. A la
mañana siguiente todos posaron de uno en uno para las cámaras de los hermanos
Mayo, también pasajeros del Sinaia, fotógrafos coruñeses. El primer encargo que
recibieron en México fue tomar la imagen de cada pasajero para darles
esos mismos papeles que Pablo Casado dice que son como su máster y que no
puede haber, y menos para todos.
Antes del Sinaia ya habían sido acogidos en
México 400 niños españoles a los que literalmente se les salvó la vida. Después
del Sinaia hubo otros barcos, algunos de ellos igual de famosos. Se calcula que
en los años siguientes cerca de 30.000 refugiados entraron en México. Si a
éstos les sumamos las muchas otras decenas de miles que fueron llegando como
inmigrantes, con o sin papeles, muchos de ellos gallegos, la mayoría huyendo de
la miseria, de unas expectativas inexistentes y de no haber visto un yogur en
toda su vida, mucho menos unas carnitas con guacamole y pico de gallo, que se
me abre el apetito y no quiero divagar, ni debo hacerlo; si los sumamos a
todos, decía usted, andaríamos por los 100.000 ciudadanos españoles que
entraron en México a partir de 1939, año del Sinaia. Algo sabemos de eso.
Pueblos enteros de Galiza se vaciaron para irse a México.
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