Nieves Cuesta. Pasajera del 'Stanbrook' |
«Nunca olvidaré a aquellas personas acurrucadas en un ambiente de tristeza y miedo al que acompañaba un día gris y lluvioso»
MEMORIAS DE UNA NIÑA DE TRES GUERRAS
Nieves
Cuesta acaba de escribir su libro de memorias 'Simplemente mi vida', que ve la
luz publicado en Gijón por Ediciones Azucel dentro de la colección titulada
'Recuperación de la
Memoria Histórica', integrada de momento por seis títulos
más.
Desde
su residencia en la localidad asturiana de Avilés nos abre en exclusiva ese
corazón curtido para darnos el ejemplo de cuan ruines son los enfrentamientos
bélicos que dejan un reguero de víctimas, mayoritariamente anónimas pero en
cualquier caso siempre inocentes.
- ¿Cómo fue el recalar usted en Alicante?
-
Yo era la mayor de seis hermanos y tenía sólo nueve años cuando estalló en
Asturias la revolución de octubre de 1934 donde mi padre, que era minero, fue
una de las muchas víctimas mortales de la represión. Como mi madre no podía
hacerse cargo de todos sus hijos, a través del Socorro Rojo nos repartió a
cuatro hermanos; las dos chicas llegamos a Alicante y los chicos a Alcoy. Al
menos tuvimos la suerte de estar todos cerca.
- ¿Quién la acogió?
-
El matrimonio formado por Antonio Guardiola y Estefanía Requena, ésta oriunda
de Jumilla. No tenían hijos y él era un alto cargo comunista, regentaba la Bodega Alicantina ,
vivíamos al comienzo de la calle Pablo Iglesias, en el número dos, al lado de
la avenida de Alfonso el Sabio. Y mi hermana marchó con otra familia al barrio
de las Carolinas. Ellos fueron unos auténticos padres para mí.
- ¿Qué recuerdos guarda del Alicante de entonces?
-
Yo no conocía el mar, venía de Ablaña en la montaña mierense y Alicante, con su
luz y su sol, me pareció preciosa. Me llamaban cariñosamente la asturianita y
al principio los recuerdos fueron agradables. Fui a una escuela que estaba en
el barrio de San Blas, viví de cerca las Hogueras de San Juan donde recuerdo
que me hacían bailar y acudía en verano con mis padres de acogida a los
balnearios de la playa del Postiguet donde alquilaban una especie de cabina que
tenía una escalera por donde bajábamos directamente al mar. Luego me matriculé
en el Liceo Francés pero enseguida vino la guerra y entonces mis recuerdos son
de las sirenas que anunciaban los bombardeos, de las huidas calle arriba para
escondernos en el refugio del castillo de San Fernando, donde llegamos a pasar
noches enteras. Vi muchas casas destruidas pero menos mal que ningún cadáver. Lo
único bueno fue que mi madre había venido a Alicante a vernos y al estallar la
guerra ya se tuvo que quedar allí.
Le
vienen a la memoria algunos comercios de los alrededores de su casa que
frecuentaba como la mercería El Porvenir, que aún existe, y aquella farmacia de
Alfonso el Sabio que tenía unos azulejos publicitarios con unos niños que tanto
le llamaban la atención y que creía perdidos. Al decirle que con la vuelta de
la oficina de farmacia que fuera de Asunción Nicolau a su primitivo lugar, ha
sido repuesto aquel mosaico de azulejería, se ha llevado una gran alegría
porque es una imagen de su niñez.
- ¿Qué sucedió cuando la guerra terminaba?
-
Pues imagínese, mi padre adoptivo ocupaba altos cargos en el comité provincial
del Partido Comunista y vio que la única posibilidad de sobrevivir era huyendo.
Me llevó con él, aquí quedaban mi madre y mis hermanos pero no quiso dejarme.
Fuimos al puerto, allí se amontonaban miles de personas queriendo escapar,
entre aquella multitud me perdí y menos mal que me encontré con un hermano suyo
y conseguí que me subieran cogida de unas cuerdas a la cubierta del 'Stanbrook'
que estaba abarrotada lo mismo que la bodega. No puedo olvidar a aquellas
personas acurrucadas en un ambiente de tristeza y miedo al que acompañaba un
día gris y lluvioso. Pensando en aquella gente he querido tomar del libro de
Francisco Escudero Galante 'Pasajero 2048' el listado completo de todos los que
nos acompañaron en aquella odisea y lo he incluido en mi obra.
- El vapor inglés 'Stanbrook' marchó rumbo a Orán y fue el último barco
que salió con refugiados del puerto de Alicante.
-
Sí, llegamos a Orán pero no nos dejaron desembarcar y nos tuvieron en
cuarentena. Aquella espera hacinados resultó horrible. Al final, pudimos pisar
tierra. A los hombres los llevaron a un campo de concentración y a las mujeres
a una antigua cárcel abandonada. Padecimos muchísimas penurias. Y menos mal que
como allí vivía una gran cantidad de españoles, muchos de ellos oriundos de
Alicante, nos traían chocolatinas y lecha condensada. Por fin pudimos alojarnos
mis padres y yo en una pensión hasta que un barco nos trasladó a Marsella y de
allí a la Unión
Soviética. Por cierto que a Antonio Guardiola, mi padre de
acogida, el partido lo mandó enseguida a misiones políticas en Latinoamérica y
acabó casándose con una uruguaya y formando una nueva familia, Su primera mujer
acabaría en su Jumilla natal donde murió.
- ¿Cómo fue su experiencia en tierras rusas?
-
La verdad es que nos trataban de una manera especial. Empezaron ubicándome en
una colonia para niños españoles exiliados en 1937 que había en Jarkov,
Ucrania. Después estuve en Stalingrado pero en plena guerra mundial y con
Hitler queriendo tomar esta ciudad y librándose una batalla terrible, me
enviaron a Ufa. Cuando se expulsó a los nazis en 1944 pude establecerme en
Moscú. Yo tenía entonces apenas diecinueve años y hágase idea de qué juventud
la mía, huyendo de guerra en guerra.
- Pero a partir de entonces comenzaría una nueva vida.
-
Pues sí porque tuve la oportunidad de estudiar Medicina o Técnico de
Ferrocarriles pero no me veía como médico y opté por lo otro. Acabé y trabajé
un año porque me matriculé en la facultad de Pedagogía y me licencié en
Idiomas, concretamente en inglés y español, sabiendo además, lógicamente, el
ruso. Pero muy joven aún, en 1948 me casé con un paisano, Ángel Lago, que era
perito mecánico y trabajaba en una fábrica de motores de aviación. Tuve en
Moscú dos hijos, Francisco y Ángel y no me podía quejar aunque sentía nostalgia
de mi tierra. Escribía cartas a la familia que llegaban muy tarde, vía Francia,
porque no había correo directo.
- ¿Y cómo fue poder retornar a España?
-
Por mediación de la Cruz
Roja que se encargó de los trámites. Era el año 1958, tenía a
mis niños con cinco y ocho años, quería qiuedarme en Alicante que siempre ha
sido mi ilusión. Pero no pudo ser. Estuvimos buscando algún empleo también por
Alcoy donde mi madre trabajaba en la famosa fábrica de papel de fumar 'Bambú'
pero mi marido sólo encontraba algo en pequeños talleres mecánicos y era una
persona muy cualificada. Entonces nos enteramos de que en Avilés se había
creado una gran siderurgia, ENSIDESA y para allá marchamos. No le convalidaban
sus estudios técnicos pero por su capacitación y al estar acostumbrado a la
disciplina soviética, lo cogieron y nos dieron una casa en la colonia de los
empleados de la empresa donde empezó trabajando de tornero para llegar más
adelante a jefe de taller.
- ¿Usted qué hacía por entonces?
-
Yo, de ama de casa. Tuve aquí otro hijo, Avelino, y entonces no eran muchas las
mujeres que trabajaban fuera.
- ¿ Le tentó meterse en política?
-
Calle, calle. Nosotros éramos unos sospechosos por venir de Rusia, así que nos
dedicamos a lo nuestro y punto. Vivimos algo asustados y al margen de la
política.
- ¿Viene mucho por Alicante?
-
Mire, mi marido murió hace año y medio y un hermano, empresario textil de
Alcoy, hace unos meses. Eso te hace cambiar la visión de las cosas. He ido a
menudo a ver a toda mi familia que quedó ahí en el 39. Ahora me cuesta pero la
echo de menos. Y a lo mejor cojo el tren en Gijón un día y voy para allá. Me
encanta pasear por Alicante.
Y
lo dice quien tuvo tan amargas experiencias en esta ciudad que han quedado
reflejadas en este su libro 'Simplemente una vida' que daría para una película
de ausencias y reencuentros, de tristezas y alegrías, de desolación y
esperanza, de pérdidas y hallazgos. Lo que fue la supervivencia de los niños de
la guerra, hijos del dolor y el sufrimiento.
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