domingo, 21 de febrero de 2021

Medalla a toda una vida

 

El jueves 18 de febrero fue el cumpleaños de Emilia. Ella y su marido José María Pais eran muy amigos de Angel Lago y Nieves Cuesta. Había muchos elementos y vivencias que los unían.

Puedo imaginar a Nieves, de estar viva, celebrándolo juntas. Pero Emilia es la última repatriada, como entre ellos se llamaban, que a sus 96 años aun vive. Lúcida, espléndida, guapa...

La TPA y El Comercio se hicieron eco de la entrega de una medalla conmemorativa que coincidiendo con tal celebración se le entregó a Emilia por un miembro de la Asociación de los Niños de Rusia. 

Esa distinción nominal, junto con otras varias para diferentes destinatarios, fue enviada desde el Centro de Españoles de Moscú a través de la Embajada de España, y promovidas por el Gobierno  ruso. 

Este año se cumple el ochenta aniversario del inicio de la segunda guerra mundial. Muchos de los españoles, "Niños de la guerra", aun menores de edad, se habían presentado voluntarios para luchar contra la invasión alemana en distintos frentes: resistencia de Moscú, cerco de Leningrado, batalla de Stalingrado, etc. Parte de ellos murieron en las refriegas, otros cayeron prisioneros acabando en campos de concentración, pero todos los niños, todos los que en el 37 habían emigrado a la URSS para librarse de una guerra civil, sufrieron al final los miedos, el hambre y las barbaridades de otra contienda, la mundial, aun mas bestial, si cabe, que la española. En reconocimiento a los fallecidos y agradecimiento a los que pudieron salvarse con las evacuaciones, nació esta iniciativa de otorgamiento de las medallas.

 


 

 


 

 

Viernes 19.02.21

EL COMERCIO

 

Una medalla desde
Rusia con amor

 

Emilia Fernández recibe
con emoción en su 96
cumpleaños el
reconocimiento del
gobierno de Putin a los
‘niños de la guerra’

C. del Río

 

AVILÉS.

Emilia Fernández Cueli no tenía ni idea de la sorpresa que la esperaba ayer. Podía contar con una tarta con velas por su 96 cumpleaños, pero ni siquiera imaginar que recibiría una medalla de reconocimiento del gobierno ruso por haber sido una ‘niña de la guerra’ y, como tal, haber contribuido con el país. Estupenda física y mentalmente, Emilia bromeaba con la falta de carmín en los labios para la fotografía mientras recordaba los veinte años que pasó en un país en el que conoció primero la prosperidad y después una guerra y el cerco de su ciudad, Leningrado (hoy, San Petersburgo) durante casi tres años. Novecientos días, para ser exactos. Fue Paco Lago, tesorero de la Asociación Niños de la Guerra, quien le entregó la medalla grabada con su nombre y un diploma que ella recibió agradecida y con mucho humor. «¡Qué pena! Yo estaba esperando rublos», espetó divertida. Tantos años después, el tiempo ha tamizado las penurias de una estancia que se preveía temporal y que, en su caso, se alargó de 1937 a 1957.

 


 

 

Natural del barrio gijonés de Pumarín y la segunda de ocho hermanos, quiso ir a Rusia cuando se presentó la oportunidad. Era una cría de doce años a la que le encantaba bailar y cantar y a la que su profesora había convencido de las bondades de alejarse durante unos meses de la Guerra Civil (1936-1939) que desangraba a España en un país que cultivaba las artes. Creían que el conflicto armado se iba a resolver en tan solo unos meses... Unos 1.500 niños, con edades comprendidas entre los tres y los quince años, partieron de noche del puerto de El Musel en el barco Deringuerina. En Rusia eran acomodados en casas de acogida con otros españoles y los educaban en su idioma natal. De 1937 a 1941 vivieron bien. Muy bien, de hecho. Hasta que se declaró la II Guerra Mundial (1939-1945). En 1941 se disputó la Batalla de Moscú, que duraría un año, y se cercó Leningrado. Ahí fue cuando comenzaron las penurias para todos los habitantes de la ciudad. «¡Cuánta gente murió allí de hambre!», rememoró ayer Emilia, que conoció de cerca lo que significa el azar en una guerra.

Contaba Lago una de sus anécdotas: cuando por fin pudieron salir de la ciudad, en una de las largas marchas a pie, Emilia se separó del grupo para orinar y, justo en ese momento, una bomba se llevó por delante a la mayor parte de las personas que integraban la columna. Por eso Emilia, a sus 96 años, se confesaba ayer «afortunada»

 

«¡Cuánta gente murió en
el cerco de Leningrado de
hambre!», rememora la
superviviente de aquel
cruento episodio

 

por todo lo vivido, pero sobre todo por haber podido regresar y reencontrarse con la prosperidad. Las medallas fueron enviadas desde Rusia a la Asociación Niños de la Guerra, una entidad nacional con sede en Gijón que mantiene contacto con la embajada rusa en España y con el Centro Español en Moscú. Presidida por Tatiana Vázquez, su objetivo es «perpetuar la memoria de los ‘niños de la guerra’ y recopilar libros, tesis doctorales y todo el material que ayude a explicar el porqué y el cómo», indicó Lago. 

 

Fernando Capilla, su yerno, sostiene la tarta con Emilia

Ya van quedando menos ‘niños de la guerra’ como Emilia, pero quedan sus descendientes, nacidos allí y partícipes de sus vivencias y recuerdos. «Muchos de los españoles que llegaron allí, se imbuyeron de espíritu patriótico del país que les había acogido y lucharon en sus filas. Murieron la mayoría, pero ahora el gobierno ruso quiere reconocerlo. Emilia no luchó, pero formó parte de esa historia. De hecho, dos de sus hermanas quedaron allí», explicó.

 

 

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